Por Aníbal Loguzzo, subcoordinador Licenciatura en Administración (UNAJ)
La presente nota no hace referencia a una mala película hollywoodense del cine catástrofe, en donde una inminente catástrofe natural, la colisión de un asteroide con la tierra o la invasión de plagas, zombis o alienígenas, llevan al actor principal a escapar de las consecuencias de la catástrofe.
El 2020 despertó al mundo con cambios vertiginosos, el orden de cosas no será el mismo que conocíamos, aunque a ciencia cierta tampoco nadie sabe bien cómo será. El COVID-19 avanza aceleradamente dejando a su paso la destrucción los cimientos del paradigma neoliberal.
Algunos datos que reflejan la velocidad en que se ha propagado el COVID-19:
- El 31 de diciembre de 2020 China notifica la existencia de un conjunto de casos de neumonía en Wuhan, que posteriormente se determina que están causados por un nuevo coronavirus.
- El 13 de Enero se confirma oficialmente un caso de COVID-19 en Tailandia, el primero registrado fuera de China.
- El 7 de Marzo las autoridades sanitarias nacionales anuncian el primer caso mortal de la enfermedad en el país, primero en América Latina, al mismo tiempo que las agencias de noticias europeas anunciaban 7500 contagios en el viejo continente y 130 decesos.
- El 11 de Marzo Profundamente preocupada por los alarmantes niveles de propagación de la enfermedad y por su gravedad, y por los niveles también alarmantes de inacción, la OMS determina en su evaluación que la COVID-19 puede caracterizarse como una pandemia.
En el momento de escribir estas palabras, a un mes de declararse la pandemia, 1,7 millones de casos y más de 109.000 muertos en todo el mundo. Lamentablemente el momento en que las lean estas cifras con seguridad serán mucho mayores.
Las cifras precedentes nos muestran, por un lado, la velocidad con la que ha crecido el número de contagios, por otro, la rapidez de la circulación geográfica del virus, que llevo a la declaración de pandemia.
Nadie sabe a ciencia cierta cuándo finalizará la pandemia, ni cuáles serán las consecuencias económicas y sociales de su paso por el mundo. La crisis sanitaria y la consecuente crisis económica han puesto en relieve las falacias discursivas de la globalización neoliberal reubicando al Estado como un actor central para garantizar la salud y la vida de todos los ciudadanos.
En este contexto, es posible delinear algunos ejes y conceptos para comenzar a pensar las bases del proceso de reconstrucción que será necesario, una vez superada la pandemia; la reconstrucción del tejido social, la reconstrucción de la economía familiar, tanto de los sectores populares como de amplios sectores de la clase media, una reconstrucción de un proyecto político y social que sea de todos y para todos.
El derrumbe del discurso neoliberal
Uno de los efectos colaterales de la crisis sanitaria global que ha desatado la pandemia es el derrumbe argumentativo de las premisas sobre las que descansa discursivamente la globalización neoliberal. Estas presentaban a la globalización como producto derivado del progreso técnico y, por ende, inevitable. Justificándola éticamente como un proceso en el que todos los agentes son ganadores del orden global y como la única vía para acabar con la pobreza mundial.
La crisis sanitaria global puso de relieve que el mercado como institución reguladora de las relaciones sociales no solo no posee capacidad para atender esta crisis, sino que la racionalidad que comanda los mercados genera mayor desigualdad y miles de muertes evitables. Los mercados no solo son injustos, son ineficientes y causan la muerte.
La centralidad del Estado
La demonización del Estado y de lo público ha sido la otra cara de la justificación ética de los mercados. Con el objeto de debilitar los proyectos políticos populares, la perorata neoliberal presentó al Estado como una institución corrupta, ineficiente y clientelar, en contraste con sistemas pseudo meritocráticos que valoraban la iniciativa y el esfuerzo individual.
El derrumbe del edificio discursivo neoliberal llevó nuevamente a revalorizar al Estado como protagonista central para garantizar derechos y defender la vida, frente a un mercado que, aún en la crisis, ve la oportunidad para continuar especulando con el precio de los alimentos e insumos vitales en el marco de la crisis sanitaria.
Son pocas las voces que hoy no se animan a reconocerlo. En este sentido, sorprendieron las declaraciones de Emmanuel Macron reconociendo que “lo que ya ha revelado esta pandemia es que la sanidad gratuita, sin condiciones de ingresos o de profesión, nuestro Estado de bienestar, no son costes o cargas, sino bienes preciosos, activos esenciales (…) este tipo de bienes y servicios tienen que estar fuera de las leyes del mercado”.
En este contexto, es necesario avanzar con la revalorización del Estado más allá de la situación de excepcionalidad de esta pandemia. En otras palabras, no son solamente las fallas del mercado las que se han puesto de relieve en esta crisis sanitaria sino su propia lógica sistémica, su propia naturaleza. Los mercados son injustos, ineficientes y causan muertes.
¿Quién va a pagar todo esto?
La crisis requiere de un papel sumamente activo del Estado, asistiendo sanitariamente a toda la población, así como también auxiliando económicamente a los grupos mas vulnerables y actuando sobre quienes pretenden lucrar con las necesidades y urgencias que provoca la crisis.
La emergencia sanitaria en la que se encuentran sumidos los países requiere de gran cantidad de recursos financieros. Esta necesidad por un lado revaloriza por un lado el rol de las políticas monetarias cuando éstas están al servicio de políticas públicas que promuevan el bienestar social, pero, por otro lado, pone de relieve la matriz estructural de la desigualdad, en los países y en el mundo.
La descomunal proporción de recursos que requieren los Estados para hacer frente a la pandemia nos genera interrogantes vinculados con el desmantelamiento y achicamiento que ha sufrido el Estado como consecuencia de las recetas neoliberales, la apropiación de rentas extraordinarias por parte de los sectores privilegiados y la evasión y elusión fiscal, la fuga de dividas y los paraísos fiscales.
Es decir, más allá del volumen de recursos necesarios, las carencias de recursos son producto, en parte, de un sistema económico y social desigual, que ha permitido la distribución desigual de los frutos del trabajo, la evasión y la fuga.
En estos días, la agenda pública ya ha ido incorporando estas cuestiones. El propio diario de doctrina del neoliberalismo, el Financial Times, afirmo en una de sus editoriales de que los gobiernos deben asumir un rol más activo en la economía, reconociendo la necesidad de impulsar reformas de fondo sobre el rol del Estado y la distribución del ingreso. La CEPAL por su parte reconoció que en 2017 el costo regional de la evasión y la elusión fiscal ha sido equivalente al 6,3 por ciento del PBI, lo que equivale a 335.000 mil millones de dólares.
En este contexto, la emergencia ofrece la posibilidad de acudir a un impuesto extraordinario sobre la riqueza, pero nuevamente es necesario pensar más allá de la emergencia. Es necesario que los debates de esta agenda se profundicen y promuevan sistemas más justos y progresivos que permitan garantizar los derechos económicos y sociales a través del fortalecimiento del Estado.
La reconstrucción del Estado y del tejido social
Las urgencias y emergencias de la pandemia requieren de la reconstrucción de un Estado con capacidades para poder hacer frente a los retos que la sociedad esta enfrentando en el presente, así como también que asuma un rol activo en la reconstrucción del tejido social y los efectos de la pandemia, una vez que esta sea superada.
En este sentido, es necesario poner en perspectiva los debates que la pandemia ha colocado en agenda pública nacional y global, para reconfigurar entre todos un modelo de sociedad y de Estado.
La recesión global que se avecina nos impone discutir en profundidad los marcos normativos del sistema económico y social. La distribución inequitativa del ingreso y las demás desigualdades sociales que se han puesto de releve en esta situación de emergencia, se encuentran allí y continuarán presentes una vez que la pandemia sea controlada.
Necesitamos transformar las bases estructurales de la desigualdad social y promover un Estado activo no solo en la excepcionalidad y la emergencia, sino con capacidad de garantizar los derechos económicos y sociales de todos los ciudadanos. Necesitamos de un sistema económico y social que ponga al desarrollo de hombres y mujeres y la comunidad, en general, en el centro de su actividad. Necesitamos de un sistema que promueva la equidad distributiva, la solidaridad y la justicia social.