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Por Lic. Marcelo Cortizo, Docente de la Carrera de Trabajo Social (UNAJ)

El trabajo de desnaturalizar lo que para nada es natural

Esta mirada es para quienes transitan los bordes, siempre filosos de la ciudadanía, de los derechos a su territorio, del regocijo del tiempo libre, del disponer a propio antojo de la vida.

Es un intento de pensar en voz baja, porque todavía, después de tanto, nos es urgente recrear modos que resistan a pesar de que retribuyan al otre con gesto mínimo dentro de una escena en donde no está permitido abrazar.

Abrazarnos y de ahí a una aventura que no me atrevo ni siquiera a preguntarme, si es posible la cosa sin un beso.

Prefiero volver a cuestionarme acerca de que es lo que debemos hacer frente a la inercia, aquello que va de suyo, lo incuestionable, eso que esta dado. Y traer a la memoria un convite al cual viejos maestros nos proponían como antídoto en forma reiterada: Poner en cuestión a nuestra práctica. Qué hago, cómo lo hago, con quién lo hago, por qué y para qué lo hago, introduciéndonos a nosotros mismos como sujetos de análisis. ¿Capricho metodológico?, ¿Repitencia pedagógica? Creo que no. Es un lugar para visitar regularmente, para evitar cierta falsificación mediática que desde lugares remotos del territorio global adormecen, a pesar del más sentido epígrafe a modo de advertencia reparadora ante el consumo inevitable: “miren que estamos siendo críticos de esta imagen”. A esos conectores les estoy temiendo, más que a las reiteraciones técnicas.

No es natural la pobreza, ni la obturación a los accesos de quienes no se los ve iguales. Hemos conquistado la idea de ser todes diferentes. La idea, okey. Pero el valor de la diversidad cotiza cuando no transita esos bordes, cuando la vemos dentro de algunos de los límites de la ciudadanía, del territorio, de la vida. Por qué el olor de la diversidad se torna agrio cuanto más periférico. Esa no paga ni a los premios.

Por ahí transitan les pibes que me preocupan, y gran parte del día me ocupan.

Sabemos de leyes que vuelven a enlazar a aquelles que con los últimos dos dedos de la mano quedan rasguñando el plano del mundo plano, los empujados, entreverados entre los cuerpos de las bestias que sostienen el mapa, como en la época de la conquista el borde sigue siendo un motivo de pánico, aun cuando ya no queda ni vestigio (salvo episodios de trasnochados que se acercan más a un onegeismo de mercado) que sostenga tal razonamiento del mundo antiguo.

Lo que permanece inexorable es la acusación para “quien sostiene lo contrario” (ya no del modo en como sucedía en tiempo de filósofos hindúes), ahora, del modo en que sucede en época de pandemia.

A modo de búsqueda echo mano al juego de pares antagónicos: lo bueno – lo malo, el adentro – el afuera, lo lindo – lo feo, lo sano – lo enfermo, lo considerado – lo inexorable, lo natural – lo extraordinario. Para volver a les pibes. Aquellos que tienen con qué, que tal vez tengan con quien, pero que sin abrazo no acceden al cómo. Escena quieta en movimiento constante. Inapreciable, imperceptible, indiscutible salvo para quienes esencialmente cumplen una función de dar cobijo en tiempo de mantas cortas.

Podría aventurar un juicio de valor. Hay bordes dentro de la ciudadanía. Creo que sí. Y que es una verdad de perogrullo, pero me gusta decirla, para escucharla, pensarla y sostenerla cuando tenemos la oportunidad de pensar política pública.

Comprendo cabalmente que significa ser ciudadano y su enlace con los Derechos Humanos. Hay bordes filosos dentro de la ciudadanía y no es la resonante grieta mediática. Es aquella que transitan les pibes que deben acceder a un cobijo desde el Estado. Una protección a través del Estado. Porque son sujetos privilegiados de una política pública que tiene la responsabilidad de enlazarlos con lo mejor que tengan a mano. De un Estado que les ve, que debe verlos, que intenta cuidarles. A ese Estado que se lo pretende regulador prudente bajo consigna de quienes, acostumbrados a disponer, disponen. Ese Estado que hoy se atreve a ser extraordinario.

Desnaturalizar aquello que para nada es natural tiene que ver con una matriz compleja en la que se conjugan sentires y saberes aprendidos desde la cultura escolarizada o no, por lo tanto, pensamientos y practicas arraigados en rincones lo suficientemente escondidos dentro del cuerpo social y del cuerpo individual como para dedicarle un tiempo de profunda reflexión y análisis, para ver cómo juegan en cada una de nuestras prácticas, esas que pegan en medio del hígado, ante la pregnancia de las mismas en las instituciones públicas.

¿Qué son las instituciones públicas sino propósitos que dan cuenta de cómo se siente, se piensa y se comprende el mundo?

Las instituciones piensan, describen, definen, clasifican, categorizan, organizan, enlazan, activan, desactivan, reedifican y más. Les actores institucionales transitan esos laberintos, los cuales, con cierta regularidad, aquello que piensan, describen, definen, clasifican, organizan, enlazan, activan, desactivan, reedifican y más… se modifica tanto en su tono como en su alcance.

Si esas instituciones son aquellas que tienen la responsabilidad de abrigar pibes y si esos actores institucionales son quienes les abrigan o deben abrigarles, es posible pensar que esa matriz compleja legitimada, deslegitimada y vuelta a legitimar es la que por defecto se proclama instituyente.

En manos de quien habilitamos esa deconstrucción política es la cuestión. Aventuro otra idea. En manos de un Estado que proponga sin titubeos, con ternura y con firmeza el resquebrajamiento de esos bordes filosos. No como cuestión de convite metodológico, sino como una responsabilidad de todes les actores que somos parte de ese abrazo en contexto de mantas cortas y de faltante de alcohol en gel.

Hay pibes en Hogares Convivenciales, en Casas de Abrigo y demás dispositivos que están bajo cuidado del Estado. En instituciones que tienen la responsabilidad de enlazar. ¿Tarea difícil? Claro que sí. ¿Imposible? Solo para quienes no están dispuestos a llevarla a cabo.

Les pibes nos indican muchas veces el cómo. Les trabajadores sociales y otres actores solemos encontrar poniendo oído atento en el lugar adecuado. Para que sean portadores integrales de derechos que sus condiciones materiales de existencia les han quitado.

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