Por Vannessa Morales Castro, doctoranda en Ciencias Sociales de la UBA. Magíster en Estudios Latinoamericanos de la UBA. Trabajadora Social Universidad Nacional de Colombia. Integrante del Observatorio Electoral de América Latina FSOC-IEALC. vmoralesc@unal.edu.co
La crisis económica y social a nivel global desatada por el COVID-19, ha puesto en entredicho una buena parte de la matriz discursiva sobre la que ha reposado el modelo de acumulación capitalista en los últimos 40 años. La liberación de la economía no tuvo los mismos efectos en todas las sociedades, no sólo por las diferentes estructuras económicas de cada país, sino además por las formas como se implementó el neoliberalismo.[1]
Analizar las transformaciones económicas y estatales implementadas a nivel mundial desde la década de los setenta, no puede hacerse sin hacer una primera diferenciación: mientras las economías centrales trasladaron sus industrias y las reubicaron en países donde la extracción de plusvalía produjo mayores ganancias, en las economías periféricas y especialmente en América Latina, se vivenció un proceso de desindustrialización y pérdida de bienes públicos que no se ha detenido. De esta manera el proceso de achicamiento del Estado, liberalización de la economía y flexibilización laboral, fue radicalmente distinto en la periferia latinoamericana.
Como han señalado varios autores latinoamericanos[2], la formación estatal en la región difiere sustancialmente de aquella que se vivió en los países centrales, pues sus raíces históricas son coloniales[3], de guerras civiles[4], de endeudamiento temprano y de dependencia económica, pues a pesar de su papel central en el proceso de acumulación originaria y constitución del capitalismo, América Latina ingresó al mercado internacional como proveedora de materias primas. Una de las consecuencias políticas más importantes de esta dependencia económica, fue la inexistencia de una burguesía y de un mercado nacional, elementos esenciales en la constitución de los Estados Nación en Europa.[5]
Teniendo en cuenta estas raíces históricas del Estado en América Latina, se debe hacer entonces una segunda diferenciación: La falta de una burguesía nacional en los términos clásicos capitalistas, conllevó a que el Estado asumiera un rol central en el impulso de la modernización capitalista[6] y el desarrollo económico y social. En ese sentido, la desarticulación del Estado, la desindustrialización, la pérdida de los activos públicos y la apertura económica, terminaron por ampliar profundamente la brecha económica al interior de las sociedades, pero también la brecha entre el centro y la periferia.
Bajo el liberalismo el Estado se limitó a garantizar los derechos de propiedad privada individual, el imperio de la ley y el funcionamiento de las instituciones para el funcionamiento del libre mercado. A su vez cada individuo se convirtió en el responsable de su bienestar. Este principio de responsabilidad individual se extendió al plano educativo, de la salud y previsional, obviando del análisis las condiciones estructurales como la pobreza que afectan de forma integral dicha responsabilidad. Si bien los teóricos del neoliberalismo se muestran ortodoxos en sus apreciaciones, el Estado neoliberal resulta ser más heterodoxo en la práctica y en algunos casos abiertamente contradictorio. Mientras los países centrales mantienen medidas proteccionistas y arancelarias para sectores como la agricultura, a su vez le exigen a los países periféricos la eliminación de cualquier medida que tienda a la protección de la producción local (Harvey, 2005).
Tal vez la mayor contradicción que mostró el modelo neoliberal en los últimos tiempos, fue en la crisis financiera de 2008 con la inmediata intervención del Estado. Mediante emisión monetaria y generación de créditos salvavidas para evitar que la crisis terminara en una depresión, el Estado no sólo intervino en el funcionamiento del mercado, sino que además se hizo cargo de su fracaso.[7] Casi una década después, el mundo vuelve a presenciar una crisis económica, que si bien tiene un origen ajeno al propio funcionamiento del mercado, ésta muestra tanto en el centro como en la periferia las consecuencias de haber implementado políticas neoliberales.
Aunque hasta hace poco tiempo parecía incuestionable el beneficio de la reubicación industrial, hoy el primer mundo se ve en una encrucijada por su incapacidad de producir por su propia cuenta bienes de consumo básicos como tapabocas e insumos médicos. Bajo el neoliberalismo las economías centrales volcaron en gran medida su actividad económica al mundo financiero, inmobiliario, tecnológico, investigativo y de información. Actividades que al convertirse en las generadoras de mayor valor agregado, ayudaron a ampliar la brecha con la periferia que siguió produciendo bienes industriales, pero que ahora parece tener un seguro frente a la demanda de bienes de consumo básicos, que si bien son coyunturales, podrían invitar a repensar el modelo actual de acumulación.
Otra gran lección pero que se deriva de lo anterior, es la importancia de volver a pensar en la importancia de la economía real. Las bolsas del mundo cayeron por la incertidumbre generada por el coronavirus, pero más dramático resultan los 10 millones de seguros de desempleo que se solicitaron en Estados Unidos en las últimas dos semanas. Seguramente y como sucedió en la década del treinta, el Estado tendrá que intervenir en la generación de condiciones económicas que permitan la reabsorción de esa fuerza de trabajo o en la creación directa de empleo, es decir intervendrá nuevamente en el funcionamiento del mercado para evitar una crisis mucho peor. En países como Irlanda y España, el Estado intervino los sistemas privados de salud ante la crisis sanitaria, en New York se confiscaron los respiradores de las clínicas privadas y se pusieron a disposición del Estado. Todas estas medidas son abiertamente contradictorias con los postulados del libre mercado, sin embargo también animan a pensar que no todas las esferas de la vida pueden estar bajo la ley de la acumulación y en manos de privados.
Por su parte para las economías periféricas y en especial para América Latina, seguramente las lecciones serán más difíciles de aprender y tendrán un mayor costo humano, económico y político. Si bien cada país atraviesa una situación económica y política particular, lo cierto es que en su mayoría, la región está bajo el mando de gobiernos neoliberales y de derecha cuya política ha sido la de profundizar el achicamiento del Estado. El espectro de estos gobiernos va desde figuras como Jair Bolsonaro en Brasil que subestima los efectos que puede tener el COVID-19 en su país, hasta figuras como Nayib Bukele en El Salvador que ha tomado una serie de medidas económicas y sociales importantes para aliviar los efectos del virus en el país.
Con sus distintos matices, lo cierto es que a la región debe atender una crisis multidimensional: crisis sanitaria con sistemas de salud fáciles de colapsar y con el sector de investigación desfinanciado; crisis económica que se agrava con los altos índices de informalidad y de precarización laboral, con el endeudamiento externo y con las devaluación generalizada; crisis social por los índices de pobreza que por ejemplo impiden que un 35% de la población regional no tenga acceso al agua potable[8]; y crisis política pues los gobiernos deberán tomar una serie de medidas que afectarán la relación con otros sectores políticos y económicos, pero fundamentalmente que impactarán a la población.
En el medio de las medidas implementadas para atender la crisis, ha surgido el debate sobre el dilema de qué se debe priorizar, si la economía o la salud. Muchos gobiernos, especialmente los de signo político de derecha, han defendido la tesis de la superioridad de la economía, a pesar que la misma coyuntura está haciendo que varios de sus exponentes cambien de opinión como ocurrió en Inglaterra. Pero ¿Qué pasará en América Latina? La mayoría de gobiernos de la región ha tomado medidas con respecto a la cuarentena y el cierre de fronteras, unos más temprano que otros. También se han adoptado medidas en torno a paliativos económicos para los sectores más vulnerables, e incluso para aliviar las pérdidas de los sectores empresariales, porque como se mencionó anteriormente, las condiciones económicas y sociales hacen que las crisis resulten más dramáticas en la periferia latinoamericana.
A pesar de todas las decisiones que los gobiernos puedan llegar a tomar, estas serán insuficientes para aliviar lo que el COVID-19 ha puesto de manifiesto en la región: El neoliberalismo dejó a nuestros países en una completa indefensión para afrontar escenarios como el actual y los costos de haber transitado ese camino aún están por verse. En coyunturas como ésta vuelven a hacerse presentes los rasgos históricos que ya mencionamos: el lastre del endeudamiento y las dificultades para atender la crisis, la fragilidad de nuestras economías todavía exportadoras de materias primas ante la caída del precio de los commodities, el papel de nuestras burguesías que priorizan la acumulación inmediata sin importar las pérdidas mayores que esto puede traer a mediano plazo, y nuevamente la necesidad de tener un Estado fuerte y presente con capacidad de gestión para sortear escenarios como este.
Sin lugar a dudas en el mundo de la post pandemia habrán muchas lecciones y balances que implicarán cambios importantes a nivel político, económico y social. Aunque aún existen muchas incertidumbres acerca de lo que nos espera, alguna evidencia se puede mencionar a mucho pesar de los economistas ortodoxos: de nuevo es la intervención del Estado la que salva el capitalismo.
Notas:
[1] La dictadura chilena sirvió como laboratorio para desarticular el Estado e implementar las políticas neoliberales que más adelante implementarían Margaret Thatcher en Inglaterra y Ronald Reagan en Estados Unidos. Véase Harvey, D. (2007). Breve historia del neoliberalismo. Madrid, España: Ediciones Akal.
[2] Véanse los trabajos sobre el Estado en América Latina de Norbert Lechner, Guillermo O´donell, Oscar Oszlak y René Zavaleta.
[3] En América Latina se pueden ubicar al menos 4 matrices societales constituidas bajo el colonialismo: La Plantación esclavista, la Hacienda con trabajo semiservil, la Estancia con trabajo asalariado y las comunidades indígenas. Véase Ansali, W., y Giordano, V. (2012). América Latina y la construcción del orden. Buenos Aires, Argentina: Ediciones Ariel.
[4] Antes de que se lograra establecer una estabilidad política o el denominado Pacto Oligárquico, la mayoría de países vivieron guerras civiles donde se disputó la forma del Estado (Centralista o Federal), el lugar de la región en la política (Estado laico o eclesiástico) y la política económica (proteccionismo o liberalismo económico). Véase Ansaldi, W.(1994). Frívola y casquivana, mano de hierro en guante de seda. Una propuesta para conceptualizar el término oligarquía en América Latina. Cuadernos del CLAEH, 17(61), 43-48.
[5] Sobre el carácter de la burguesía en América Latina ver Zavaleta, R. (1975). La burguesía incompleta. Ni piedra filosofal ni summa feliz. Problemas del desarrollo, 6(24), 15-18. Recuperado de: https://www.ufpe.br/documents/40086/2390552/1+-+13Zavaleta.pdf/e23a3b3a-5f79-4f3a-97cf-ed6ee57ae13b
[6] Son ejemplos de este rol del Estado las experiencias populistas que vivió la región en Argentina, Brasil y México, que a su vez resultan ser las 3 primeras economías de la región. En las experiencias populistas, el Estado asumió el liderazgo de la modernización capitalista a falta de una clase burguesa y a su vez se encargó de mantener un pacto entre trabajadores urbanos y burguesía industrial.
[7] Véase Zamudio, L. E. V. (2010). La crisis financiera: génesis y repercusiones. Apuntes del CENES, 29(49), 9-30. Recuperado de: https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=3393168
[8] Véase CEPAL (2018). Proceso regional de las Américas. Foro Mundial del Agua. Recuperado de: https://www.cepal.org/sites/default/files/news/files/informe_regional_america_latina_y_caribe.pdf