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Por Natalia Csigo. Secretaria de Desarrollo Social del Municipio de Florencio Varela. Licenciada en Relaciones Públicas, especializada en Políticas de Abordaje Integral y Emergencias Climáticas.
Llamamos desigualdad a la cualidad de ser una cosa diferente de otra, o de distinguirse de otra por tener características, valores o rasgos que la hacen diferente. También puede referirse a la falta de equidad, equilibro o igualdad entre dos o más personas, cosas, hechos o realidades.
En el ámbito social la encontramos a través de la discriminación entre individuos, ya sea por su posición económica, raza, religión o sexo, entre otros múltiples factores. Esto se genera por la dificultad que presenta un grupo de individuos al acceso a la educación, tecnología, conocimientos, inequidad que provoca que un grupo de la sociedad se sienta en condiciones más vulnerables y pasibles de sufrir otras consecuencias como el rechazo, el hambre, la desnutrición y la temida mortalidad infantil.
El sujeto afronta y transita diferentes roles en su vida laboral, profesional y personal, pudiendo en cada una, ser parte de transformar la realidad del otro, acortando las brechas de desigualdad, cosas que se logran a través del compromiso, no sólo con el otro, sino consigo mismo.
En el marco de esta coyuntura socio-sanitaria en que nos encontramos, haré foco para este artículo en un aspecto que es fundamental abordar analíticamente: la desigualdad desde lo social.
Diariamente trabajamos con situaciones de vulneración de derechos, de exclusión, de discriminación hacia lo que es diferente, y es desde ese lugar donde se ponen en juego las perspectivas y prácticas profesionales para lograr un abordaje que en cada caso tenga la mirada puesta en el desarrollo de la persona y de su entorno familiar. No se puede dejar al azar las formas de intervención y menos aún la resolución de una determina problemática.
Desde cada área de la Secretaría de Desarrollo Social y a partir de las miradas que aporta cada profesión se trabaja con ejes claros que, como Estado, debemos articular en pos de encontrar los mecanismos necesarios para acortar las brechas de desigualdad, en primera instancia, a través de Políticas de Estado Inclusivas Transversales y de restitución de derechos, que redunden en esa mentada igualdad de oportunidades.
En el conocimiento hallamos las herramientas fundamentales que nos permiten ver al otro como sujeto de derecho, que significa identificar a la persona, darle entidad y valorar su historia de vida, pudiendo de esta manera evaluar nuestras maneras de actuar en un sentido más amplio.
De ese modo estamos reconociendo el rol activo, no sólo del trabajador del Estado, sino también de quien está requiriendo la ayuda de éste, superando lo puramente asistencial. Persona con derechos, no la persona cautiva, mera receptora o depositaria pasiva de programas estandarizados que no contemplan particularidades individuales. Es fundamental el respeto de los derechos ciudadanos, sin miradas valorativas que terminan aportando a conductas de la denominada politiquería y de clientelismo, que tanto mal han hecho.
Si se comprende esta mirada, que es crucial para entender el cambio de paradigma en políticas sociales, que tuvo como principal referente en nuestro país a la Dra. Alicia Kirchner, entonces el camino es menos complejo y permite un trabajo profundo y a conciencia.
“Las políticas sociales, asumen el paradigma de desarrollo humano no tan sólo como parámetro de medición para analizar la realidad actual y las transformaciones aspiradas, sino también y centralmente, como motor para desplegar e implementar propuestas como manifestación del enfoque. Se apunta a construir renovadas matrices de interacción social, de transformación de la vida cotidiana, otorgando centralidad a los derechos, la persona y la equidad territorial. (Alicia Kirchner. La Bisagra.)
Igualar a partir del trabajo
El Trabajo es el integrador social por excelencia, lo que se constata al visualizar que el desempleo provocado a partir de la crisis generada por la pandemia rompió el tejido social, quebrando la dignidad humana.
En ese sentido, rescatar capacidades para los que no tuvieron oportunidad de desarrollarlas es una forma de inclusión. El abordaje público de la política social debe formularse entonces integralmente buscando herramientas innovadoras que resuelvan en el territorio las necesidades, para corregir así las desigualdades.
Ya está por demás de probado que acoplarse a medidas que basan sus acciones en la sola transferencia monetaria no resuelve el problema de fondo, sino que lo complejiza aún más, porque esas medidas tienden a erradicar la cultura del trabajo de los sectores más vulnerables, lo que genera además una dependencia absoluta de esos denominados “Planes Sociales” que, a razón de verdad, de planificación tienen poco y nada.
Esta dicotomía planteada entre dos modos de entender las políticas sociales tan diferentes es la base para plantear una instancia superadora que coloque a la persona en un lugar digno, contando con herramientas para poder potenciar sus saberes, sus habilidades, formándose en oficios, encarando emprendimientos que quizás surjan como familiares, pero que con el tiempo se puedan pensar como parte de un proyecto asociativo que no necesite del aporte del Estado para poder subsistir.
Participar para transformar
La participación popular es la que legitima a la política social, y desde allí se puede producir transformaciones, para vencer la exclusión desde el abordaje territorial, con los actores locales, con quienes viven en constante interacción con sus vecinos y, por lo tanto, conocen mejor que nadie su potencial.
No existe oportunidad más importante que la de poder participar y comprometerse. Una comunidad activa y un Estado presente, tienen que caminar asociados, sin eludir responsabilidades. Y aquí es importante entender que la relación entre ambos puntos no puede ser la demanda por sí misma, sino que existe una responsabilidad por parte por parte de estos actores sociales, que se legitiman a través de la comunidad, de ser el primer eslabón de articulación entre los vecinos y el Estado, para optimizar esfuerzos y, en conjunto, lograr el crecimiento, y la equidad en la comunidad.
Lamentablemente este año nos ha marcado a fuego por el dolor, pero también nos ha planteado desafíos profundos, que nos llevaron a replantearnos muchas cosas en el plano individual, en el plano de las relaciones sociales y en el plano laboral. Para quienes trabajamos en Desarrollo Social, la exigencia ha crecido exponencialmente según iban pasando los días, para poder procurar las respuestas a los vecinos que tan mal las están pasando. Y eso se traduce en crecimiento, hacia afuera, porque todos nuestros trabajadores han tenido que aprender a lidiar con situaciones que nos eran ajenas, como hacer una visita con elementos de bioseguridad para preservar la salud propia y de la familia que se visitaba, y hacia adentro, porque hubo que capacitarse para poder responder de un modo acorde al contexto imperante.
Por eso, y tomando esta coyuntura internacional, quisiera resumir en una sola palabra lo que me permite crear, transformar y seguir hacia adelante: Resiliencia, que es, ni más ni menos, que la capacidad de adaptación de un ser vivo, frente a un agente adverso perturbador o un estado o situación adversa.
Será esa la palabra que abunde, sin dudas, en los balances que hagamos hacia final del 2020. Y a su vez, será ese mismo vocablo, el que nos trace una infinidad de retos nuevos para el próximo período que nos encontrará trabajando con fuerza para alcanzar una sociedad y una Patria más justa, libre y soberana, donde el bien común sea la única meta a alcanzar.
Universidad Nacional Arturo Jauretche
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