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Por Arlette Pichardo Muñiz. Catedrática (retirada) de la Universidad Nacional (UNA), Costa Rica. Autora de Planificación y Programación y Evaluación del Impacto Social.
Covid-19 (por sus siglas en inglés). Hace ya 6 (meses) que la Organización Mundial de la salud (OMS), declara la pandemia más fuerte conocida en el último siglo. Una enfermedad infecciosa, altamente contagiosa causada por el virus SARS-CoV-2 (síndrome respiratorio agudo). A finales de mayo, el espacio geográfico de América Latina y el Caribe se convierte en el epicentro de dicha pandemia a nivel mundial.
Un problema nuevo, sin haber resueltos los viejos. En particular, la equidad entre géneros y generaciones, los efectos del cambio climático y tecnológico, la concentración de recursos, la riqueza y las fuentes de poder. Un problema que es más lo qué no se sabe, qué lo que se sabe. Un problema prácticamente inesperado, que implica actuación aquí y ahora.
A nivel mundial, el impacto de la pandemia pone en evidencia en el plano nacional: ¿qué tan vulnerables somos ante factores externos?; ¿cuál es la magnitud de las asimetrías de poder? (y sus expresiones, producto de la heteregeneidad estructural, históricamente acumuladas en diversidad de ámbitos); ¿cuál es el peso de las exclusiones de derechos? (de las mujeres, de los pueblos indígenas, de la población afrodescendiente, de las personas con discapacidad, de la juventud, de las personas mayores; en fin, de grupos de población en condición de desventaja social que requieren especial atención).
A lo anterior se suma, ¿qué tantas limitaciones y défictis acumuladaos contamos en el desarrollo de capacidad de respuestas nacionales institucionales? Especialmente, en los sistemas de atención primaria en salud y el diseño de cobertura de los mecanismos de protección social (en paricular aquellos dirigidos en forma prioritaria a población en condición de pobreza extrema, dejando por fuera a importantes sectores afectados por la pandemia, como trabajadores independiente, autónomos o por cuenta propia).
Valorar el alcance y magnitud del impacto de la pandemia en las desigualdades, pasa por entender lo que hemos venido conceptualizando como el carácter y factores diferenciadores con respecto a pandemias del pasado. Al respecto, puntualizamos –fundamentalmente– tres (3) situaciones (sin prejuzgar en el orden), que se nos ocurren podrían marcar su signo distintivo.
Covid-19, se presenta como una amenaza global planetaria. Más allá de una situación nacional o de país. A diferencia de otras epidemias del pasado (cólera, lepra, tuberculosis, poliomielitis, influenza, gripe aviar y porcina y otras de la misma familia del coronavirus), la información da cuenta de su presencia generalizada en países del norte como del sur. De ahí, la atención mundial que concita, que representa una oportunidad y riesgo al mismo tiempo, pues los países con mayores capacidades de inversión en innovación científica-tecnológica podrían apropiarse y beneficiarse primero de los adelantos, antes de compartir y democratizar tratamientos y campañas masivas de vacunación.
Covid-19, forma parte y se expresa en el re/dimensionamiento del tiempo y la noción de lugar. El Coronavirus, producto como es, de la era de la globalización interplanetaria y la interdependencia entre países, emerge en forma prácticamente simultánea o concomitante en todo el planeta, se propaga con velocidad supersónica y su presencia se instala de manera sorpresiva y con intensidad a lo largo y ancho del mundo.
Covid-19, implica aislamiento/confinamiento preventivo (así subrayado). Al momento la mejor forma de minimizar el contagio y eludir una propagación aún más amplia. La historia registra, incluso en el pasado reciente de otras enfermedades, al aislamiento como principal forma de tratamiento o atención. En el caso del Coronavirus es de carácter preventivo (no solamente curativo). Especialmente, ante la severidad de situaciones que requieren atención médica y hospitalización especializada (incluyendo unidades de cuidado intensivo–UCI) y la tasa de letalidad, que implica sobrecarga y saturación de los servicios de salud. Y, esta singular exigencia de capacidad preventiva es, quizás, su característica más diferenciadora
Esto es, más que una cuestión de salud. Covid-19, evidencia la capacidad de ´enlazar´. El efecto más inmediato es la reducción del nivel de actividad económica a nivel mundial. El efecto dominó de la contracción en la economía puede verse en todos los ámbitos, pero de manera especial en el mercado de trabajo (modificación del perfil ocupacional con los consecuentes efectos sicológicos de la desocupación, cambios en la composición y estructura de ingresos familiares), con inminente incremento de la pobreza material, sin descartar el surgimiento de nuevos grupos en condición de pobreza.
Los organismos internacionales desde los inicios de la pandemia han estado compilando información, recopilando normativa, documentación e informes, realizando y divulgando análisis sobre tales niveles de afectación. Recomendamos consultar, en especial, los observatorios creados para tal fin por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) y por la Organización Internacional del Trabajo (OIT).
Desde una mirada de conjunto, el espacio más afectado por la desigualdad, es y seguirá siendo –sin duda– la vida cotidiana. Ahí repercuten de manera directa los efectos de vulnerabilidades, asimetrías y exclusiones, amén del confinamiento domiciliario.
La abrupta contracción del mercado de trabajo, sin duda alguna, se siente y resiente de inmediato en la economía familiar o doméstica, en especial la pérdida de ingresos provenientes del trabajo y otras fuentes. La vivienda, en tanto lugar de estancia, de manera permanente o cuasi permanente con las restricciones del uso del espacio público, trae a colación el déficit cuantitativo y cualitativo de viviendas. Los hábitos de limpieza pasan por un mayor y consumo del recurso hídrico. La estancia domiciliaria pone presión en otros servicios básicos (electricidad y conexión digital) y aumenta la capacidad de carga en el manejo de los residuos sólidos. Asimismo, se incrementa el riesgo de accidentes domésticos y la violencia intrafamiliar, limitándose las posibilidades de detección y denuncia.
La afectación de la salud de una persona integrante de un núcleo familiar, con independencia de sus características y capacidades, afecta su funcionamiento. Si en el caso del Coronavirus se suma la cesación o disminución laboral, la pérdida de ingresos provenientes del trabajo, la habitabilidad compartida 24/7 y la exigencia del cuido en tanto co/responsabilidad individual y familiar, las dificultades tienden a duplicarse o triplicarse, e incluso a multiplicarse ad infinitum en función de la capacidad de acceso a recursos.
Paradójicamente, “lo cotidiano se vuelve mágico” (como dice Peteco Carabajal y canta Mercedes Sosa). Es desde relaciones sociales permeadas de afecto, que emerge el espacio por excelencia para el florecimiento de nuevas formas de relacionamiento social, interacción y vinculación entre las personas y la naturaleza.
De cara a las vulnerabilidades, asimetrías y exclusiones que Covid-19 “desnuda”, el ingente desafío está en el fortalecimiento de la democracia. Pese a sus imperfecciones, sigue siendo la mejor forma para el ejercicio de las libertades humanas. Y otras formas de conducción, antes, durante y después de la COVID-19, merecen el repudio colectivo.
Universidad Nacional Arturo Jauretche
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