Por Andrea Romero
Se estima que las vacunas salvan la vida de 3 millones de niños al año, que desde hace 200 brinda beneficios a la humanidad y se ha asociado que su utilización ha extendido la expectativa de vida entre 10 a 15 años. Más allá de todos los beneficios, creencias de sentido común, como por ejemplo que solo las necesitan los niños y niñas o que es un decisión personal vacunarse, ponen en duda el impacto social que este avance científico significa y ha significado para la salud de los seres humanos.
A mediados de 2017 sorprendió la noticia de la aparición de más de 4000 casos de sarampión en Italia. Una enfermedad que se consideraba controlada pasó a ser epidemia. El 90 % de las personas afectadas no habían sido vacunadas.
Griselda Moreno es docente de Biología en el Instituto de Ciencias de la Salud de la UNAJ e investigadora de CONICET en el Instituto de Estudios Inmunológicos y Fisiopatológicos (IIFP) de la Universidad Nacional de La Plata. Graduada y doctora en Ciencias Biológicas por la Universidad Nacional de Córdoba investiga sobre el tema vacunas y nos invita a conocer por qué son necesarias, cómo funcionan y qué ocurre cuando no nos vacunamos.
Las vacunas no son un servicio que ofrece la industria farmacéutica desde hace 20 años, sino que vienen dando beneficios para la humanidad desde hace 200 años. Además de estimarse que salva la vida de 3 millones de niños al año, que son los que están más susceptibles a enfermedades, la utilización en el uso de vacunas también se ha relacionado a un aumento en la expectativa de vida entre 10 a 15 años, es decir, personas que no mueren de enfermedades que se pueden prevenir desde la vacunación.
Este avance ha permitido la erradicación o control de enfermedades que fueron y son muy severas para el ser humano como la viruela, la poliomielitis, el sarampión, la difteria, el tétanos, las paperas, la rubeola y haemophilus influenzae.
¿Cómo funcionan las vacunas?
“Todo el tiempo nos estamos enfrenando en nuestra vida cotidiana con diferentes agentes infecciosos o patógenos que tienen diferentes características. Son microorganismos que pueden ocasionar enfermedades, que pueden ser bacterias, virus, parásitos, hongos”, explica Moreno. “Ante todos estos agentes infecciosos, el cuerpo necesita defenderse y establecer ciertas herramientas que van a erradicar ese patógeno que ingresa a mi cuerpo. Pero no todos los microorganismos nos hacen mal. La gran mayoría son benéficos, viven en simbiosis. Cada persona tiene en su interior muchas más bacterias que personas que existimos sobre el planeta”.
Para defendernos de los microorganismos que sí son patógenos “la primer barrera que tenemos de defensa es mecánica, física, que es la piel y las mucosas. Pero no lo hace de manera pasiva, sino que hay mecanismos activos como la descamación, la acidez en el caso del estómago. Los seres humanos somos un gran sistema ecológico donde hay flora normal que va a competir con los patógenos que ingresan, y que entonces van a frenar el crecimiento de bacterias. Un sistema un poco más especializado, que se distribuye a lo largo de todo nuestro cuerpo, es el sistema inmune y es el sistema de defensa”.
“Hay diferentes células especializadas con diferentes roles y se puede dividir de acuerdo a cuándo aparece y a lo que hacen en `inmunidad innata´, que es la que tenemos todos cuando nacemos, e `inmunidad adaptativa´, que es la de memoria, de lo que el cuerpo ya reconoce que vio y entonces actúa de manera específica para eso que vio. Ahí están las que producen anticuerpos, las Linfocitos b. Ambos sistemas, el innato y el adaptativo, están alertas cuando ingresan patógenos o partes del patógeno. La inmunidad adaptativa es la ofensiva final, es la que va a ser más específica con un patógeno. Esta respuesta con memoria es la base o fundamento de las vacunas”.
Cuando el cuerpo recibe por primera vez un patógeno o partes de él, se empieza a generar anticuerpos para defendernos. “En este punto quizás resolvimos la enfermedad, nos curamos. Cuando tengo un segundo contacto con el mismo patógeno, la respuesta es mucho más rápida, más eficiente, en mayor magnitud y no me vuelvo a enfermar. Este esquema es el que se utiliza para la vacunación. La memoria inmunológica es la base de la vacunación”.
Efecto rebaño. ¿Y si no me vacuno?
En una sociedad como la nuestra, en la que interactuamos permanentemente, nos trasladamos al trabajo, a casa, concurrimos a espacios sociales compartidos, siempre hay algunas personas que son más vulnerables. “Cuando la enfermedad se disemina y nadie está inmunizado, aquellos que pertenecen a los grupos de riesgo como los ancianos, bebés, niños, personas inmunodeprimidas, probablemente no tengan los recursos para enfrentar la enfermedad. Cuando la población tiene entre un 80 y 90 % vacunados, también podemos tener personas que se enfermen pero el impacto cuando están todos vacunados cambia drásticamente”, señala la especialista.
Esto es lo que se conoce como `efecto rebaño´. “Nosotros como adultos podemos ser portadores asintomáticos y estar enfermando a niños que sí van a manifestar la enfermedad. Vacunarse no es entonces solo una cuestión de prevenir una enfermedad, sino que es un derecho, el de administrarnos la vacuna para prevenir enfermedades que son potencialmente muy graves. Vacunarse es un derecho de cada niño. De la vacunación del niño a la vacunación de la familia. Vacuna a la familia y protege a toda la comunidad”.
Es por ello, que remarca la importancia de comprender el impacto en la vacunación en las distintas poblaciones. “Deberíamos tener mucho más visitado el calendario de vacunación, porque la realidad es que la mayoría piensa que las vacunas son para los niños. Y lo cierto es que la cantidad de vacunas desde que el bebé nace hasta que cumple 11 años, la intensidad del número de vacunas es grande, pero no se agota al terminar la primaria. Nosotros como adultos tenemos vacunas también obligatorias, que de acuerdo al grupo al que pertenecemos, por ejemplo, cuando somos personal de salud”.
Si bien en Argentina el movimiento antivacuna es minúsculo, existe. Son personas que deciden no vacunarse, que lo toman como una libre elección. “Vacunarse es seguro. Ni la vacuna triple viral – que fue sobre la que publicó el estudio Andrew Wakefield, un científico ingles que trabajaba en vacunas y originó este movimiento – ni el empleo de timerosal, el componente químico que se utiliza en la formulación vacunal, son peligrosos. Lo peligroso es no vacunarse”.