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Por Dr. Marcelo Gómez, Profesor Titular, Departamento de Ciencias Sociales, Universidad Nacional de Quilmes

El Ángel Exterminador

Las posiciones de los intelectuales mediáticos globales ante la pandemia se han bifurcado frente a la pregunta por el futuro del capitalismo: Zizek y otros augures del anticapitalismo, por un lado, y Byung-Chul Han, Agamben y otras casandras anunciadoras del estado policial de excepción y del capitalismo disciplinario tecnogestivo recargado, por el otro. Voy a ir para el lado opuesto: el pensar es el pensar de los límites, de lo caducado, del ocaso, lo terminado, nunca el pensar del porvenir. Hoy, ante la pegajosa bolsita lípida de ARN asesino sólo hay que preguntarse qué cosas han culminado, qué cosas son puntos finales, qué cosas ya han sido y no andar imaginando qué viene después.

Encuentro dos cosas que “fueron”, o que merecen pensarse en término de caducidades: 1) el discurso neoconservador darwinista de la inmunización natural y el consiguiente laissez faire-laissez passer extendido a la biología y la medicina para no afectar la economía; y 2) la notable aceptación mundial de la cuarentena que significa un eclipse o, por lo menos, un aplazamiento del flujo de goces corrientes a los que nos entregamos y que constituyen el núcleo de consentimiento sistémico.

1) ¿Por qué no prendió el discurso de la “autoinmunización espontánea” y su corolario: “que cada cuerpo se arregle solo”? ¿Por qué los discursos iniciales de gobernantes con evidente apoyo ciudadano como B. Johnson o D. Trump no pudieron sostenerse ni una semana y oportunistas con rápidos reflejos como Macron cambiaron abruptamente en horas?¿Por qué “dejar morir” a algunos como “inevitable preferible” para el resto, que se presuponía “la” norma neoliberal naturalizada, cayó en el más completo descrédito y unánime rechazo? ¿Por qué otras epidemias –más allá de sus diferentes características epidemiológicas- como ébola, hantavirus, hiv, dengue, etc. e incluso otras pandemias como la gripe porcina, no han dado lugar a una reacción como ésta? Las elites conservadoras no pudieron imponer el “dejar a los viejos y enfermos a su suerte” y tuvieron que ceder bastante velozmente a una opinión pública o un sentir común generalizado de “defensa de la vida” y un discurso sanitarista “del cuidado”.

La respuesta creo que no es ningún misterio: el curso de la pandemia en el occidente capitalista con hegemonía neoliberal colocaba como principal víctima a esa clase media global que todxs nos representamos como “los ganadores” del modelo. El centro de la forma hegemónica de “humanidad”: el blanco occidental “educado” exitoso, moderno y cosmopolita, celoso de sus libertades y derechos al disfrute, autosuficiente, consumista y despreocupado, que desde su Olimpo no le costaba mucho aplaudir el espectáculo del sacrificio necesario (inmigrantes que afean el paisaje de ese olimpo, grupos étnicos o religiosos retrógrados con hábitos y creencias incivilizadas, basura blanca que no muestra capacidad suficiente para “pertenecer”, etc.) ahora corre el riesgo de aparecer como sacrificable. La peste que en el siglo XIV viajaba en la bodega de los barcos en huéspedes roedores polizones que venían de Asia, ahora viaja en avión con American Express y es huésped mimado de cuanta industria del turismo y el entretenimiento se pueda encontrar. El laissez faire ahora lleva a la muerte a los que han vivido “bien”: las poblaciones más mimadas, los que tienen acceso a los disfrutes de viajes, fiestas, espectáculos, esparcimientos caros que hoy son sinónimo de contagio. El discurso de la inmunización natural y el “dejar morir” esta vez iba en contra de las bases de apoyo principales del orden conservador. Asomarse al abismo de representar una vida que “ya no importa” implicaba la extensión del homo sacer a la clase media que se presume descartadora legítima y no descartada. A nadie le gusta su propia medicina.

¿Hay una nueva construcción de sentido en torno a la vida y a la muerte? ¿Hay un proceso de significación ética en lo que ha ocurrido?¿De dónde viene lo que podríamos llamar “la ética del cuidado de los más débiles”?

El lugar donde primero se consideraron inaceptables las muertes de los débiles para mantener la fortaleza de la economía es el menos esperado: China y los nuevos países industriales de Asia (fundamentalmente, Corea del Sur) que en los medios de comunicación y en los medios intelectuales de occidente son los íconos de los productivismos despóticos donde se podía presuponer que la vida humana de viejos y enfermos no cuentan. Es público y notorio que estos países han defendido la salud de sus poblaciones con notables costos económicos y hoy se dan el lujo de ser los principales exponentes de la solidaridad internacional. Países bloqueados por EEUU con enormes dificultades económicas como Cuba o Venezuela no tienen mayores inconvenientes en contener la pandemia, mientras en la capital imperial del mundo, NYC, todo colapsa, se hacen hospitales de campaña en Central Park, y se abren tumbas comunes (¡el horror de una muerte “comunista”!). Como todos los gigantes, sus pies son de barro… y su cabeza es de paja, habría que agregar.

Este contrapunto entre potencias occidentales burdamente centradas en lo económico y países asiáticos o socialistas fuertemente centrados en la salud de sus poblaciones muestra distintas aceptabilidades sobre la muerte y la enfermedad. Las muertes evitables de causas naturales (virus) se contraponen a las muertes atadas a nuestro modo de vida que incluye contaminación, transporte peligroso, sobremedicación, sobreexplotación laboral, etc. pero que alimentan nuestro modo de “vida que merece ser vivida”. Las primeras serían inaceptables para las elites en los sistemas más despóticamente productivistas…y también resultan inaceptables para las clases “ganadoras” integradas al sistema, pero no para nuestras democráticas elites políticas y empresariales neoliberales mucho más atentas a balances y cotizaciones bursátiles. Todos por el momento consideran aceptables las muertes atadas a nuestra forma de vida. La inaceptabilidad de las primeras simplemente abre la discusión para la inaceptabilidad de las segundas pero acá no hay ocaso alguno, el partido se está jugando, al modo de vida del capitalismo despiadado le expulsaron a un jugador, le amonestaron al capitán y el técnico está por renunciar.

Nuestro presidente “San” Alberto es un precursor en este sentido: el temprano tranquilo paternalismo sensible que trasmite es un éxito de opinión pública que atraviesa barreras ideológicas muy altas y, lo que es más importante aún, atraviesa pérdidas económicas, lo que es todo un dato.

2) La aceptación y hasta la demanda social de cuarentena obligatoria que viene de la mano del discurso de la ética del cuidado es el fracaso del enfoque neocon de «gobernanza estatal eficiente» de alentar a las personas a tener comportamientos favorables al bien colectivo pero sin interferir con la libre decisión personal. La “defensa opcional de la vida” sufrió una fea bofetada y se impone el consenso del cuidado obligatorio y los medios coercitivos y de vigilancia que hagan falta. Esto ha dado lugar entre importantes figuras intelectuales a la advertencia sobre un Leviatán sanitarista-bigdatista con la legitimidad que da invocar “la defensa de la vida”. El estado de excepción ha llegado, el Covid19 lejos de matar capital, mata la libertad o la autonomía de lxs sujetxs. En la diatriba de Agamben (https://ficciondelarazon.org/2020/02/27/giorgio-agamben-la-invencion-de-una-epidemia/) es fácil detectar algo: para él la libertad que está en juego es la de viajar, dar un beso o un abrazo, ir al bar con amigos, al supermercado, a una discusión política, o al teatro. La libertad sería el goce de la “buena vida” consagrada como hegemónica. El que elige vivir simplemente como el llegar al otro día, no merece vivir. El dejo clasista que hay en su texto detrás del desprecio a “sobrevivir” puede ser un prejuicio de mi parte pero cualquiera que haya trabajado con excluidos o marginados sabe que merecer vivir es lograr llegar al otro día, hay que luchar por cada día. Bifo Berardi o Paul Preciado se encargan de señalar otras pandemias encubiertas en el aislamiento social obligatorio: la nostalgia del cuerpo, la suspensión de los afectos, la mitigación del erotismo, en fin, una suerte de “desierto que avanza” en los corazones y la piel de la gente. No puedo menos que sospechar que estas aprensiones hablan más de la insipidez narcisista de ciertas vidas que de algo del orden de la potencia de lo humano.

A todxs ellos se le puede oponer la simple y directa declaración de la Comandancia del Ejército Zapatista de Liberación Nacional:

Llamamos a no perder el contacto humano, sino a cambiar temporalmente las formas para sabernos compañeras, compañeros, compañeroas, hermanas, hermanos, hermanoas. La palabra y el oído, con el corazón, tienen muchos caminos, muchos modos, muchos calendarios y muchas geografías para encontrarse. Y esta lucha por la vida puede ser uno de ellos. Declaración del EZLN, 20/3.

No puede dejar de apuntarse algo importante sobre la cuarentena globalizada: constituye un surtidor de lo que solía llamarse “experiencia de la relatividad”, el estar expuesto a una situación o circunstancias para las que lxs sujetxs no tienen esquemas interpretativos disponibles y deben forjar nuevos. El efecto es la desnaturalización del orden en el que actuamos. El estado hace levitar la economía en el aire: se interrumpe el flujo de trabajo en la mayoría de los sectores, se interrumpen total o parcialmente los flujos de ingresos, se interrumpen los flujos de goces corrientes (el gobernador que se lamentaba de los cierres de cabarets) y de las formas del entretenimiento (fútbol, teatro, cine, restaurants).

Se los reemplaza por una hiperconexión forzada, la amenaza de escasez o la preocupación por el abastecimiento, la hiper información y la disputa de sentidos que supone. Dinamitar el decorado de la vida diaria deja expuestas las trastiendas de nuestras vidas.

Las medidas de confinamiento son sin dudas un acelerador extraordinario de la desorganización social, política y económica del orden neoliberal. Como ha señalado D. Harvey en casi todos los países las únicas medidas económicas que pueden funcionar son bastante más socialistas que cualquier cosa que pudieran haber propuesto Bernie Sanders, Pablo Iglesias o Jeremy Corbyn, y esos programas de rescate y asistencia masiva serían impulsadas por… ¡Donald Trump!

La catástrofe financiera que parece sobrevenir es de dimensiones desconocidas: la devaluación sin piso de activos de los fondos institucionales que concentran enormes cantidades de dinero proveniente de los fondos de pensión de los futuros jubilados en USA puede adquirir una escala desconocida.

La implosión del capitalismo corporativo especulativo que se puede razonablemente esperar tiene un extraño paralelismo invertido con la caída por implosión del socialismo real: allí una buena parte de la elite comunista implantó un “capitalismo”, aquí ¿las elites capitalistas implantarán un “socialismo”?

15/4/20

Email del Angel Exterminador: amargometez@gmail.com

Una versión completa de este artículo puede encontrarse en https://drive.google.com/open?id=1BzpLPVpYmhVjc5a3mjRP4z_1SoNXFYLZ

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