Por Mariano Ameghino, docente de la materia Organizaciones de la Sociedad Civil y Movimientos Sociales, de la carrera Trabajo Social (UNAJ)
Pero un día, los seres humanos nos despertamos y nos explican que para ser solidarios debemos dejar de juntarnos, dejar de vernos, dejar de reunirnos, dejar las acciones colectivas. No nos invitan a dejar de ser solidarios, pero el espacio público se vacía, las fuerzas del orden nos preguntan si vamos a la farmacia o al almacén. Los empleadores nos invitan al teletrabajo, los establecimientos educativos nos mandan mails, los amigos no nos abrazan, nos saludamos con el codo y la conectividad a internet pasó a ser tan valiosa como el agua potable.
A lo largo de la historia de la humanidad los opresores se han encargado que los oprimidos naturalicen sus condiciones de vida. De esa manera, ser pobre, comer salteado, tener problemas de empleo, salud, o educación… sencillamente se convierte en“normal”, es “natural”, con altos grados de culpa subjetiva en el oprimido que no cuestiona al sistema en el que está inscripto sino que focaliza en su propia incapacidad de no haber nacido en otro sitio, con otro color de piel, con otra situación de género, con más dinero, destrezas y capacidades.
Los sectores populares nos encargamos de denunciar esas injusticias, de desenmascararlas y para ello… ¿qué hacemos? Nos juntamos, nos organizamos, peleamos por derechos, conquistamos educación, salud, condiciones de trabajo, salimos a la calle, nos reunimos, marchamos, cantamos, gritamos, luchamos.
Mientras el neoliberalismo construye los vectores que desarman a los sectores populares, estos se reagrupan y se organizan. Hacen política. Partidos, Sindicatos, Movimientos. En definitiva organizaciones que en el marco de una acción colectiva intentan construir un mundo mejor para los oprimidos, para que no naturalicemosnuestras condiciones de vida, las injusticias que solo permiten mantener el status quo para que nada cambie y así los sectores hegemónicos sostengan la manija de la política y de la economía.
Los sectores populares contamos con un argumento a favor, la historia. El hombre y la mujer, la especie humana es tal, en tanto y en cuanto vive en comunidad. Nos socializamos en tanto interactuamos con otros, vivimos “juntos” y no aislados, separados, egoístas e individuales. El individuo se transforma en sujeto comunitario al socializarse. El capitalismo en su fase neoliberal se ha encargado de construir ejes que nos invitan al individualismo, al egoísmo y lo “naturalizan” con retroactividad, hasta el punto que pensamos “hoy es así, porque siempre fue así”. Es la lógica ancestral comunitaria contra la lógica individual contracomunitaria. Vivir en sociedad o vivir de la sociedad.
Es por ello que denunciaba Rodolfo Walsh que “nuestras clases dominantes han procurado siempre que los trabajadores no tengan historia, no tengan doctrina, no tengan héroes y mártires. Cada lucha debe empezar de nuevo, separada de las luchas anteriores: La experiencia colectiva se pierde, las lecciones se olvidan. La historia parece, así, como propiedad privada cuyos dueños son los dueños de todas las otras cosas”. Y a sabiendas de eso, los sectores populares, contrahegemónicos, el cuadro de los oprimidos, nos organizamos, damos pelea.
En palabras de Juan Domingo Perón, lo que decidimos es “hacer política”. Porque renunciar a la política es renunciar a la lucha, renunciar a la lucha es renunciar a la vida, porque la vida es lucha, dirá el tres veces presidente de los argentinos y ese es nuestro ADN popular, revolucionario, libre, justo y soberano.
Tomando los últimos 80 años de historia argentina, plazas, diecisietes, cabildos abiertos, cordobazos, devotazos, semanas santas, 19s y 20s de Diciembres se hicieron en comunidad, en sentido colectivo. Tomando el espacio público como espacio de lucha, conquista y como lugar donde dirimir las diferencias.
Pero un día, los seres humanos nos despertamos y nos explican que para ser solidarios debemos dejar de juntarnos, dejar de vernos, dejar de reunirnos, dejar las acciones colectivas. No nos invitan a dejar de ser solidarios, pero el espacio público se vacía, las fuerzas del orden nos preguntan si vamos a la farmacia o al almacén. Los empleadores nos invitan al teletrabajo, los establecimientos educativos nos mandan mails, los amigos no nos abrazan, nos saludamos con el codo y la conectividad a internet pasó a ser tan valiosa como el agua potable.
Hablábamos más arriba de los vectores del neoliberalismo que construyen el egoísmo individual. Como ejemplo “eltachintachin” de la inseguridad nos ha invitado a dejar las calles, a vivir en las casas, a no ocupar el espacio público por temor o por las dudas. Los medios de comunicación difunden el discurso hegemónico. Los sectores populares al organizarse planteamos la necesidad de recuperar la plaza, la calle, el escenario natural del crecimiento social, donde se construyen lazos de solidaridad y puentes indestructibles como comunidad de origen y destino. Hoy ese espacio está vacío. Hoy un virus nos invita a quedarnos en casa, a navegar por google street y a usar plataformas dignas de películas de ciencia ficción.
También decíamos más arriba algo semejante a que “desnaturalizar es la tarea”. Aceptar como normal lo que nos está ocurriendo sería tan dañino como estúpido. Si en esta coyuntura para ser solidarios hay que hacer todo lo contrario a lo que nos hemos convencido para construir la contrahegemonía debemos agudizar el ingenio, y preguntarnos. El ser solidario aislado es una fantasía. Aceptar como natural y benévolo que los helicópteros sobrevuelen nuestros barrios no está bueno. El sálvese quien pueda es tan erróneo, incierto como avaro y autodestructivo.
Las esperanzas puestas en que “algo va a cambiar” y que “ya nada será igual” nos alimentan el imaginario de pensar que ahora las sociedades se han dado cuenta que necesitamos más Estado, más política pública y más solidaridad. Pero las herramientas que nos ofrecen son contradictorias. Quedate en casa. Aplaudí a las 21. Tocá la cacerola a las 21.30
El “algo va a cambiar” y el “ya nada será igual” pueden transformarse en sociedad de control, de teletrabajo donde las capacidades de juntarse, organizarse, luchar, queden segmentadas por un balcón, un aplauso, una cacerola.
En esta coyuntura hay políticas estatales que intentan llegar a donde no estaba planificado, no alcanzará a paliar todas las necesidades, intuimos, pero el espíritu solidario de la emergencia sanitaria de los oprimidos organizados debe resultar como complementaria de esa política pública estatal. Repartir los recursos, transferir, compartir y seguir en contacto.
Esta coyuntura debe marcar la necesidad de reivindicar lo público, lo estatal y lo solidario. No así las características extraordinarias de control, virtualidad y aislamiento.
En definitiva, no naturalicemos el aislamiento y sepamos que la solidaridad se manifiesta en contacto comunitario, con el otro y con la otra. No naturalicemos que nos pregunten si vamos al mercado o a la farmacia, no es normal, no es natural. Tengamos presente que se trata de una coyuntura extraordinaria que culminará con el fin de la pandemia. No naturalicemos que el triunfo se da en aislamiento. Conversemos, intercambiemos, gritemos, cantemos, saltemos. Solidaricemos organizados, no aislados.
La encrucijada nos invita a saltar el oxímoron, si aislamiento y solidaridad son contradictorios, el segundo debe estar por encima del primero.
No tenemos claro el origen del COVID 19, no tenemos claro si se trata de una herramienta construida para cambiar un orden o si se ha tratado de una tragedia evitable. Pero sepamos que los opresores vuelven a utilizar la coyuntura para que naturalicemos nuestra condición. Su anhelo de desarmarnos, de quitarnos las armas de la acción colectiva y la solidaridad que nos ha caracterizado a los sectores populares, encontró una oportunidad. Nosotros también tenemos otra, la de demostrar que los pueblos demandan más Estado, Solidaridad, Políticas Públicas y Organización Popular. Es el verdadero sendero para el destino de la humanidad.