Por Juan Pastor González, Nodocente y docente de la materia Planificación Social, Carrera de Trabajo Social (UNAJ)
Es un hecho que las situaciones límite sacan de las sociedades, de las comunidades, lo peor y lo mejor. Y esta crisis mundial provocada por el coronavirus no es la excepción.
La idea de este trabajo no es abundar sobre el origen de la pandemia, su expansión y las consecuencias sanitarias y económicas, con las consecuentes pérdidas de empleos, de producción y de vidas, sino mas bien comenzar a explorar los posibles futuros políticos que de ella se derivan, con un foco especial en el rol del Estado como condensación de las relaciones sociales pero también, sobre todo en América Latina y en nuestro país en particular, como productor de ellas.
Porque discutir el rol del Estado en esta coyuntura? Porque es en las crisis que desde todos los sectores sociales se le reclama un rol central en el manejo y en la solución de la misma. Lo que trataremos de mostrar es que el Estado en los países capitalistas nunca es neutral: o está a favor y por lo tanto planifica y acciona para beneficiar a las minorías que manejan el poder económico o gobierna proponiendo políticas que pongan freno a ese poder económico para beneficiar a las mayorías populares. La cuestión es siempre quienes producen la riqueza de los países y quienes se llevan los beneficios, y en ese reparto el Estado tiene mucho que decir y hacer en la construcción de una sociedad de una sociedad libre e igualitaria, en la que la posibilidad real de acceso a los derechos políticos, económicos, sociales y culturales sea realmente para todos.
Para eso comenzaremos haciendo un poco de historia: en los 140 años transcurridos desde 1880 la Argentina fue gobernada por liberales, neoliberales y neoliberales tardíos por más de 100. Repasemos los gobiernos populares, que son menos: Irigoyen, un periodo completo mas dos años que terminaron en el golpe del ’30, Perón, un periodo completo más tres años que se truncaron en la nefasta fusiladora del ’55. Sumados a los 12 años de los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner, son la demostración más contundente que durante casi tres cuartas partes de nuestra historia las mayorías populares fueron marginadas de las decisiones, cuando no reprimidas y silenciadas duramente.
Hecho este pequeño recorrido histórico, podemos decir que la intervención del Estado en la economía existe desde la década infame, es decir que es impuesta por un gobierno liberal conservador, que lo hace intervenir para recuperar le economía solo que para beneficio de una minoría
A este estado proto interventor, el peronismo le agrega la planificación, como una herramienta para el desarrollo y el crecimiento, pero es una planificación del desarrollo que tiene su centro en la igualdad y la defensa de los derechos de las mayorías. Se logra entonces un desarrollo a través de la ampliación de derechos para los sectores trabajadores y marginados de la sociedad porque esta ampliación de derechos va acompañada por (o es condición necesaria para) la distribución de la riqueza que saca de la pobreza y de la marginación a estos sectores y les da representación política y económica. Este modelo de desarrollo con eje en la igualdad y la inclusión no rompe con el capitalismo, pero le pone límites, lo controla y termina cuestionándolo y transformándolo profundamente.
Todas estas transformaciones se condensan luego en un modelo de Estado, de Nación, expresado en la Constitución de 1949, que incluye derechos sociales como a los derechos de la familia, del trabajador, de la ancianidad, y sienta las bases de una economía soberana que nacionaliza los recursos naturales y relativiza el derecho a la propiedad imponiendo el concepto de propiedad social: no hay propiedad privada inviolable si esta va en contra de los interesas de la comunidad.
Toda esta introducción nos sirve para decir que el mercado no responde a las necesidades holísticas del ser humano, que la ética individualista y meritocrática que impone rompe el tejido social y excluye a cada vez mayor cantidad de personas poniendo en cuestión la vigencia real de los derechos humanos, que incluyen a los sociales, económicos y culturales, como se ve claramente en este momento a raíz de la pandemia en el mundo si comparamos las distintas conductas de los Estados según sea que se privilegie la salud de la gente o la de la economía.
Derechos civiles, políticos, sociales y económicos
Está claro para nosotros que no existe o no debería existir diferencia entre los llamados derechos civiles y políticos y los derechos económicos, sociales y culturales, porque suscribimos la idea de que son todos derechos humanos. Es decir que rompemos con la vieja concepción liberal acerca de la distinción entre derechos que importaban una prescindencia del Estado versus aquellos llamados programáticos que implicaban un hacer positivo por parte del mismo.
El Estado debe tener entonces un rol protagónico en la construcción de una sociedad más justa y en garantizar los derechos para todos, porque ambos objetivos implican la implementación de políticas públicas que desde la perspectiva de una real vigencia de los derechos humanos debe conducir a un desarrollo igualitario, equitativo e inclusivo para todos.
Pero esta declaración de principios con la que nadie o casi nadie va a estar en desacuerdo choca en la realidad con obstáculos varios. Por ejemplo, vemos que desde la idea del liberalismo clásico acerca de que el mercado iba a resolver todos los problemas e incluso a alimentar a todos los seres humanos a la afirmación del Papa Francisco en su discurso ante la FAO en 2014: “la lucha contra el hambre y la desnutrición se ve obstaculizada por la «prioridad del mercado» y por la «preeminencia de la ganancia», que han reducido los alimentos a una mercancía cualquiera, sujeta a especulación, incluso financiera» hay un largo camino, en el se hace imprescindible hablar de mercado, ética, derechos sociales y derechos humanos. Todo lo afirmado por Francisco vale también para la salud o la educación. Ejemplos de esta tensión y como resolverla se ven claramente hoy en el mundo: estados que dentro de los mismos países compiten por la compra de respiradores, permitiendo la especulación de los fabricantes (como en Estados Unidos) o Estados que compran centralizadamente para luego repartir entre los distritos según las necesidades (como en la Argentina), permitiendo un uso más racional de los recursos: la ética del mercado versus la ética de la solidaridad.
Como decíamos más arriba, la ética del mercado impone una nueva ideología, la del individualismo del mercado, a partir de la cual los individuos son liberados de las obligaciones del Estado para convertirse en simples consumidores de bienes en una empresa llamada sociedad. A esto es lo que llamaremos la visión mercantil de la sociedad, en la que cada uno esta librado a su suerte y el Estado no es más que otro que le saca dinero a los individuos para malgastarlo en corrupción y en mantener a los que no trabajan, dejando entonces el campo libre para que imperen las ideas del emprededurismo, la meritocracia y el éxito fruto del esfuerzo personal.
Hacia la construcción de una ética de la solidaridad
Lo central de lo dicho hasta aquí es identificar que el mercado produce la competencia, por lo tanto produce la desigualdad y ese modelo no es sostenible en el tiempo, por las desigualdades y las consecuencias en el medio ambiente que provoca.
El tema es que en la región (Brasil, Chile, Ecuador) y en la Argentina en particular vivimos una ola progresista a fines del siglos XX y principios del XXI en los que se recuperó la idea del Estado como actor político a y se impuso un sistema que achicó las desigualdades a partir de una redistribución de los ingresos a favor de los más necesitados, a través de un proyecto que con sus mas y sus menos recuperó la senda la de la construcción de la felicidad del pueblo y la grandeza de la nación.
Esto permitió la aparición en escena de los sectores mas postergados de la sociedad en la redistribución del poder político, pero también en la redistribución de los componentes materiales y culturales que constituyen la base de la vida humana, es decir, que lo que comenzó a ocurrir, fue un proceso que trató de construir y expandir la ciudadanía política, agregándole las dimensiones económicas, sociales y culturales, en lo que algunos autores llaman ciudadanía social, que puede ser lograda mediante la planificación de políticas públicas. Por eso no es un tema menor la defensa de la política, de lo político, por parte de los sectores que componemos el campo popular, porque del otro lado (del poder real, el económico) nos oponen el discurso de la anti política, diciendo que son todos ladrones, escondiendo la verdadera intención: quedarse con el poder para beneficio propio, condenando a las mayorías al hambre y la marginación.
Es fundamental entonces desde los sectores populares defender el rol de la política como conductora de los procesos de igualación y redistribución que nos lleven a la construcción de sociedades más justas y sostenibles. Para ello deberemos también pensar nuevas formas de democracia que trasciendan la liberal formal, es decir una democracia popular en la que el gobierno haga lo que el pueblo quiere, y defienda sus intereses frente a los de las corporaciones económicas y las potencias extranjeras.
Para finalizar, y a manera de conclusión provisoria, lo que proponemos como superación de la lógica competitiva del mercado que produce desigualdad es la construcción de lo que llamaremos bienestar comunitario, que se desarrolla en una sociedad no competitiva, con relaciones sociales basadas en la solidaridad y en la colaboración, con modelos de construcción y desarrollo en los que nadie pueda realizarse si la comunidad no se realiza. Esa es la ética que proponemos, la de la solidaridad, y esa es la que deberá ser tenida en cuenta para fortalecer la intervención del Estado en la planificación de políticas públicas en las áreas de salud, educación, seguridad, infraestructura en general, como una forma posible de aprovechar las enseñanzas practicas que esta pandemia mundial nos va a dejar (ya nos está dejando) en el cuerpo, las mentes y las almas.