Por Agrupación Lucía Cullen, Estudiantes, docentes y graduados de Trabajo Social
“Pensar es servir…”
José Martí.
Prólogo al libro Nuestra América
Sin dudas estamos viviendo tiempos absolutamente fuera de lo habitual. Se han alterado nuestros horarios, rutinas, hábitos… Vivimos un clima de aislamiento y tensión sin precedentes. Esta situación inédita ha puesto de manifiesto también los enormes límites de los sistemas que nos gobiernan: sanitarios, educativos, financieros, productivos y de infraestructura.
La pandemia (y las medidas de aislamiento) nos afectan a todxs pero particularmente a los sectores populares donde la “cuarentena” se asemeja casi exclusivamente a encierro y privaciones. Tener casa, comida, salario e internet es un privilegio.
En nuestro país, el Gobierno Nacional y la sociedad en su conjunto asumió el desafío de enfrentar “la peste” con decisión y anticipación. Esto permitió, hasta el momento, atenuar los efectos dramáticos de la situación sanitaria que se vive en otros países del mundo.
Se reeditan viejas estrategias de intervención y cuidado que remiten a los orígenes del higienismo de principios del siglo pasado: control, inspección, aislamiento, regulación de aspectos íntimos de la vida cotidiana. Pero también: fuerte inversión del Estado en la atención de la salud y el padecimiento social, recuperación de la planificación como herramienta, ponderación de la vida humana sobre las utilidades.
En este contexto, el sistema educativo en general y las Universidades en particular se ven en la tensión de garantizar el servicio educativo en condiciones absolutamente fuera de lo habitual. Esta tensión ha desatado intensos debates en la comunidad universitaria. ¿Qué debemos hacer? ¿Dar por “perdido” el cuatrimestre o año académico hasta que todo vuelva a la normalidad? ¿Seguir por medios virtuales una cursada como si nada hubiera sucedido? La búsqueda por garantizar el cumplimiento del calendario académico ha llevado a que algunas instituciones del sistema universitario prorroguen, sin más, las fechas de inicio de cursada y en otros casos asegurar una cursada normal “como si” acá nada hubiera sucedido… pero en formato virtual.
Uno de los argumentos muy escuchados, es que la educación virtual o a distancia incrementa la desigualdad ya que muchxs estudiantes y docentes no cuentan con los medios necesarios para garantizar esta modalidad educativa: disposición de tecnología, conectividad, espacio en el hogar, tiempos de trabajo doméstico. Sin embargo, esta sería una oportunidad para decir (nos) que las instituciones educativas son estructuras que en sí mismas tienden a reproducir la desigualdad. A través del mérito, la competencia, la calificación se encubre la desigualdad estructural detrás de una supuesta igualdad de oportunidades.
Docentes, estudiantes y las propias instituciones universitarias no estamos totalmente preparadxs ni en condiciones para poner en marcha, de manera consistente, una propuesta de formación a distancia. Pero también es posible reconocer que ya existen fluidos intercambios que suceden fuera del espacio físico del aula a través de múltiples medios digitales y redes sociales. Allí ya suceden comunicaciones que representan hechos y diálogos educativos aunque no reemplacen de modo alguno la relación presencial en el aula. Y entendemos que estos diálogos debemos sostenerlos.
Está claro que no todxs llegan a la Universidad. Quienes lo hacen no siempre pueden sostener(se) en la vida universitaria. Se viven singularmente experiencias de abandono, frustración, interrupciones e intermitencias en las trayectorias educativas de cada estudiante.
¿Cuánto hacen (hacemos) las instituciones educativas por revertir estas condiciones estructurales de desigualdad aún en contextos de “normalidad”? Seguramente no lo suficiente…
Un escenario totalmente excepcional como el que estamos atravesando requiere a su vez de respuestas igualmente originales y creativas. No se trata de reivindicar una postura heroica y abnegada pero tampoco es posible refugiarse en condiciones de claustro (docente) para resguardar condiciones de trabajo ideales. ¿Es posible sólo resguardarnos individualmente en un contexto que es de creciente riesgo colectivo? No, de ningún modo.
Vemos a diario tareas de “riesgo” que realizan otrxs trabajadores y trabajadoras de los, así llamados, servicios esenciales: salud, transporte, alimentación, energía, servicios públicos. Y nos preguntamos ¿qué aporte podemos hacer lxs docentes universitarios para acompañar(nos) en este momento y hacer de la pandemia un extraordinario acontecimiento educativo?
Seguramente nos llevará mucho tiempo y esfuerzo luego escribir nuestras reflexiones sobre el tema, realizar intervenciones en las redes sociales y medios de comunicación, participar de solicitadas y declaraciones públicas en relación a la pandemia… Pero no mucho más tiempo y esfuerzo que el que nos demanda hoy sostener nuestra tarea docente a partir del vínculo (virtual ó a distancia) con estudiantes que nos esperan.
Sabiendo y siendo conscientes de todas las limitaciones expresadas, entendemos que es nuestra responsabilidad como docentes mantenernos en contacto con los y las estudiantes por los medios que resulten posibles y apropiados para avanzar en el intercambio de saberes y pareceres y, sobre todo, para que los y las estudiantes sepan que acá estamos y, como podemos, nos acompañamos.
Cuando podamos volver a encontrarnos en nuestro espacio privilegiado de trabajo, que es el aula, y reflexionar colectivamente sobre lo sucedido será momento de valorar lo que hicimos…