Por Mariela Gulo. Psicopedagoga, Inspectora de Enseñanza de la Modalidad de Psicología Comunitaria y Pedagogía Social
“Hasta que el sol no te excluya, yo no te excluiré”
Walt Whitman
¿Van, cuantos días?… Aunque no mencione de qué, todos sabemos de qué hablamos, o ¿no? Si, si, del aislamiento social preventivo y obligatorio… hasta suena académico nombrarlo y hablarlo de este modo, pero: ¿Cómo lo vivimos?, ¿Cómo lo sentimos?, ¿Cómo transitamos estos 24 días de encierro?, ¿Son 24? A esta altura el día se vuelve noche, la noche tarde y los amaneceres atardeceres, resulta casi un acertijo de nuevos calendarios. Y así, la vida va pasando e intentamos darle nuevos sentidos, re significar el hacer profesional pero también personal, la cotidianidad y en ese marco los vínculos y el encuentro subjetivo. Ahora bien, pensar en tiempos de encierro tiene sus desafíos, por esopartía de un interrogante como si este tiempo: nuevo tiempo: de encierro, de alguna manera puede transformarse en el encierro de un tiempo en el que podamos simple y complejamente desandarlo y andarlo con nuevas formas temporales o atemporales si los enlazamos con la afectividad.Porque el tiempo que vivimos aquellos que transitamos las instituciones educativas desde uno u otro rol, sabemos que lo hacemos o al menos deberíamos tratarlo en estos términos, transcurriendo impregnados de afectividad. Así para cualquiera de nosotros la otredad jamás nos resulta indiferente. Supongo que por eso en principio el encierro nos resultó ajeno, enajenante, anti humanizante, desbordante, inquietante y hasta diría, continuando con los antes: estresante!!! Poco a poco y solo por ponerlo en palabras, porque encerrar el tiempo subjetivo resulta tarea titánica, por atemporal, intentamos dar nuevos sentidos a nuestras existencias. Nuestra existencia como mujer, como varón, como te definas y asumas tu identidad sexual, como familia o en soledad, o en la soledad de la familia, como trabajador/a, como estudiante, como profe, como infinitas tantas formas de estar y ser en el mundo; entonces encontrar/nos solos o en compañía y re pensar como seguimos formando parte de nuestros espacios individuales y colectivos requiere desaprender, desandar, desmadejar para re aprender o aprender lo nuevo, enlazando las redes conocidas y no tanto, con ese engranaje siempre presente de lo social. Y en ese campo de lo social, nos detenemos y encerramos el educativo, el jardín, la escuela, la universidad… Somos desconocidos y conocidos intentando dar sentido escolar, sentido de enseñanza, sentido de aprendizaje a un tiempo nuevo, un tiempo sin tiempos, un tiempo que poco puede sino es atravesado por el amor.
Carlos Skliar se pregunta en su escrito “Conmover la Educación” si: ¿Se puede enseñar a vivir y a convivir? Hablando de las crisis que una y otra vez aparecen en las trayectorias educativas, no de las personas sino del sistema… como la actual, tan extraordinaria de la pandemia. “Enseñar a vivir, escribe Graciela Frigerio… renunciando a la soberbia del yo te voy a enseñar, fórmula que siempre trae velada una amenaza y anuncia la dependencia como condición de la relación, porque presupone, da a entender que sin uno, el otro nunca aprendería”. Enseñar a vivir entonces, lleva consigo la necesidad de renunciar a ciertos modos de vivir, a determinadas maneras de narrar la vida para dar lugar a lo reciclado, a lo nuevo pero no tan nuevo. Pensar al otro no solo como presencia sino como existencia, el encuentro aunque virtual, tecnológico, siendo este el encuentro con otredades que conllevan un nombre, una palabra, una lengua, una emoción, un saber determinado. Habitamos el mundo, nuestros mundos, hoy más que nunca: con soportes digitales, nos enfrentamos a los otros como portadores en las redes de identidad también únicas, espacios que se convierten en difícil apropiación, pero estos otros siguen estando allí, mostrándonos que no estamos completamente solos en la configuración de los sentidos.
Sera momento de transformar las aulas virtuales para que surja el sujeto pedagógico real epocal, quizás no tan centrado en cuanto se aprendió de los contenidos que esperamos sino cuanto aprendimos del estar juntos en el aquí y ahora atemporal de la virtualidad; cómo aprendimos, más que cuánto, del estar juntos en esos espacios. El vínculo pedagógico es indefectiblemente en ese lenguaje de encuentro que va más allá de las palabras, del discurso, en ese lenguaje gestual, representacional, un lenguaje que se siente, que nos habla del ser, hablándonos de nosotros y los otros. Es el lenguaje del encuentro de presencia- existencia que hoy en este tiempo de encierro solo se vuelve añoranza pero que insiste y resiste aún estas cuestiones de época porque está cargado de un plus de no indiferencia y eso lo da la amorosidad. Esa misma no indiferencia que me/nos lleva a interpelarnos respecto de las otredades en las márgenes de la conectividad: incluidos/excluidos… será, tal vez, para otro escrito.
24, 25, 26… perdí la cuenta, lo que no pierdo es la mirada atenta a un hacer con otros que más allá de lo esperable en tanto productividad, nos muestre que enseñar y aprender es posible porque somos capaces de mirar/nos y alojarnos en nuestras esencias de ser Humanos.
Bibliografía:
Carlos Skliar – Magaldy Tellez, “Conmover la Educación, ensayos para una pedagogía de la diferencia”. Cap. 6. Imágenes de crisis. Sueños de convivencia: tensiones de hospitalidad y hostilidad en la educación. Ed. Noveduc.