Por Sergio De Piero, Politólogo, Dr. En Ciencias Sociales, Director (interino) del Instituto de Ciencias Sociales y Administración (UNAJ)
La crisis desatada a raíz de la pandemia nos coloca frente a un conjunto casi inédito de desafíos en todos los planos; como es propio de una situación de este tipo se produjo una aceleración del tiempo que impactó decididamente en lo que refiere a la toma de decisiones: se debían tomar muchas y en un plazo muy breve. Para cada espacio de la vida social, política o económica, esta crisis impactó bajo ciertas características generales (el encierro preventivo, por caso) y luego alterando en un plano específico a cada campo; a su vez frente a esos desafíos comunes que envolvieron a la sociedad toda, tuvieron que pensarse y enfrentar una realidad nueva. En este punto me parece importante destacar un rasgo: la pandemia no anula los conflictos, desigualdades y exclusiones existentes en nuestra sociedad; por el contrario, la crisis sanitaria se expresa con matices muy distintos de acuerdo a la situación que en referencia a esos puntos vive cada sector. Se siente con crudeza allí donde las situaciones de vulnerabilidad son mayores y al mismo tiempo todo tipo de situaciones conflictivas no quedan anuladas por esta crisis, sino que les da una serie de características particulares. Por eso hemos visto en todo el mundo emerger al Estado como un actor clave para organiza y proteger a la sociedad (que no por eso se torna pasiva) frente a la pandemia. Mientras, las fuerzas del mercado han pugnado por levantar restricciones a la libertad de comercio y negocios escondiendo una ideología de base: que sobrevivan los más aptos, pero que el mercado no pierda oportunidades. Sin embargo hemos visto que la autoridad del Estado, en tanto capacidad de conducción ante una crisis, ha sido mayormente aceptada e incluso, pedida. La situación económica es también delicada y en Argentina se han destinado políticas públicas para atender a los sectores más necesitados, aún cuando quedan frentes en riesgo. Con todo, parece evidente que la vigencia del Estado Nacional y sus capacidades no han sido reemplazadas por otra institucionalidad ni estatal ni privada. Y que la sociedad mayormente haya aceptado esa situación, parece más muestra de sentido de pertenencia cívica, que de temor.
En el mundo universitario la variable principal, la educativa, se vio afectada inmediatamente y nos llevó a tomar una serie de opciones. Para llegar a ellas primero se nos presentaron dos cuestiones centrales: ¿en qué condiciones nos encontramos para esta crisis? y ¿cómo pensamos a la universidad en este contexto? Para ambas preguntas el bien más escaso fue el tiempo. Lejos del voluntarismo, nos ayudó comprender que era lo que podíamos encarar y lo que no. La experiencia virtual en nuestro caso es incipiente con desarrollos más avanzados en algunas áreas que en otras; las condiciones estructurales no son óptimas: recordemos que el macrismo se preocupó de desfinanciar al sistema universitario e interrumpió políticas como Conectar Igualad suspendiendo el reparto de notebook; esto implicaba ciertas limitaciones. De modo que pensar la virtualización, estaba acompañada directamente de la segunda pregunta ¿Cuáles son los objetivos de nuestra universidad? “Suspender” nuestro objetivo, decidir que la pérdida de un cuatrimestre era lo inevitable, proponerles a las y los estudiantes que aguardaran a la segunda mitad del año, no se presentó nunca como respuesta. Insisto, no vale demasiado el voluntarismo, sí es central que la Universidad se piense en el contexto social, histórico y territorial en el que le toca desarrollarse y producir. Ese énfasis nos indicaba que, con las herramientas y capacidades que teníamos, era posible desarrollar un esquema pedagógico responsable frente al conjunto de la comunidad académica. Del mismo modo lo entendieron casi todas las universidades de la Argentina. Para la universidad pública, por tanto que funciona dentro de la lógica de lo estatal, es razonable que en este contexto se le demande algo semejante que antes mencioné respecto del Estado Nación y la crisis. En tiempo “normales” hemos ido mejorando nuestras instituciones de la mano de la ayuda que nos brinda la planificación, los debates, los indicadores; nada de eso queda suspendido, la Universidad no contiene a sus miembros como puro ejerció de la voluntad; sostiene a su comunidad académica ahora bajo nuevas condiciones pero para desarrollar su objetivo en torno de la formación de profesionales, la investigación, la vinculación con el conjunto de la sociedad. Y hoy lo podemos hacer también acompañados por un Estado nacional que despliega políticas para fortalecer esa tarea. Desde luego nos rodean las incertidumbres, pero también no pocas convicciones y certezas respecto de cuáles son nuestras tareas como universidad pública; también de esta experiencia obtendremos saberes.