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Por Silvina G. Rodríguez, Lic. en Trabajo Social
El inevitable y sorpresivo transcurso por esta pandemia Covid19, con el necesario aislamiento y reprogramación de actividades que debemos realizar, deja entrever un sinfín de situaciones, historias, carencias y conflictos que atraviesan las comunidades a las que pertenecen nuestros alumnos/as, desconocidas por la mayoría de los actores que ejercen el rol docente en las instituciones escolares. Realidad aún más compleja si los hogares de nuestros alumnos/as se encuentran en situación de vulnerabilidad social.
Poder conocer y acercarnos a esta realidad suele demandar mucho tiempo, implica despojarnos de prejuicios y posicionarnos desde un lugar que albergue todas las posibilidades de relaciones humanas. También requiere confianza en el otro/a, un ida y vuelta que responda a dar respuesta a necesidades, o simplemente pensarnos en su lugar.
Todo esto, tan presente en nuestro rol de Trabajadores Sociales, parecería no serlo en el devenir profesional de otros actores, o desconocerse en otros casos. Se cree muchas veces innecesario, carente de sentido y en algunas situaciones solo propias del quehacer profesional del Orientador Social. Es así como existen proyectos y propuestas pedagógicas que no responden a intereses de los alumnos/as y mucho menos a la realidad del contexto en el que viven.
Podría parecer que este “no conocer” respondería a un mecanismo de defensa de los que trabajamos con alumnos en situación de vulnerabilidad social, al no poder soportar el sufrimiento y carencias por las que pasan nuestros alumnos/as. Otra posibilidad sería el “no compromiso con el otro/a” manifiesto en una propuesta docente unificada para todos los alumnos/as, más allá de la particularidad de cada uno y de su contexto socio-familiar.
Este pensamiento ronda en mí continuamente en el replanteo de mi práctica profesional, tomando este punto como objetivo de la misma: Acercar al otro/a no cercano a entender o por lo menos a conocer esta realidad. Realidad con la que cada uno trabaja cotidianamente, y que al no tener en cuenta, hace fracasar proyectos, nos frustra y frustra, cayendo ambos (docentes y alumnos/as) en el abandono.
Paradójicamente esta Pandemia, este momento histórico, pone de manifiesto y sobredimensiona esta necesidad, ya que cada integrante de la institución escolar ya no está en la escuela, cada uno de nosotros está en su propio lugar, en el que vivimos. Este vínculo, desde otro espacio, muestra necesidades de nuestros alumnos/as, hogares marcados por una pobreza estructural y carencia de acceso a servicios básicos, característicos de comunidades que viven en situación de vulnerabilidad social.
Así, en este marco, el docente vivencia el vínculo con el alumno/a, y en la necesidad de llegar a él se visualizan y se ponen de manifiesto todos sus estados y necesidades, debiendo poner en marcha recursos y herramientas acordes a cada uno de ellos, respetando sus condiciones, “cuidándolos igual o más que si estuvieran en las aulas, manteniendo vivo el vínculo entre la escuela y los alumnos/as”. (1)
Es en este vínculo, que este nuevo momento nos obliga a entablar, donde todos nos ponemos en contacto con las reales necesidades de nuestros alumnos/as, con las condiciones que viven, sus carencias cotidianas, su soledad al momento de realizar sus tareas, sus obligaciones de “adultos” siendo niños/as y jóvenes, las limitaciones de acceso a la información.
Todo esto que siempre existió y no estaba visualizado por muchos, es que no podemos perder de vista el contexto en el que viven nuestros alumnos/as, ofreciendo una propuesta pedagógica creativa y superadora, que no genere fracaso y el consiguiente abandono.
Estamos transitando una etapa de importantes desafíos, pero también de muchos aprendizajes, por lo que esta nueva forma de contactarnos y conectarnos con nuestros alumnos/as desde otro lugar, generara un cambio enriquecedor en las prácticas de todos los que tenemos un rol docente.
Notas:
(1) Carta a los docentes E.S 1 Quilmes. Marzo 2020.