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Lic. Cecilia Morales y Prof. Nahue Luna, Carrera de trabajo Social UNAJ
En los últimos días hemos asistido a una vorágine de trabajo virtual o “teletrabajo”. Nos hemos acompañado con otres compartiendo emociones y frustraciones, tratando de acomodarnos para sobrevivir a este particular momento. Comprendemos que existe una constante incitación social a la hiperproducción y a la multifuncionalidad exacerbada por las redes sociales y los medios de comunicación, parecería que en el contexto de pandemia hay que hacer todo lo pendiente: realizar ejercicio físico, comer mejor, aprovechar el tiempo “perdido” con les hijes, tomar clases de yoga virtuales y meter el máximo de materias posible. Y eso también se expresa en las expectativas de les estudiantes. «No puedo quedarme sin hacer nada». «Voy a aprovechar la virtualidad para meter cinco materias».
Estas múltiples exigencias se hacen más profundas entre las mujeres que somos las que además nos ocupamos del trabajo doméstico y las tareas de cuidado casi privativamente. En el medio de esto el miedo al fracaso se exacerba. Porque además de hacer de todo, hay que hacerlo bien, también hay que “triunfar”, y alcanzar logros y objetivos propios de ideales de mujeres que se nos imponen sin descanso al encender la televisión, ver Instagram, Facebook o cualquier otra red social. Pero la vida de nuestras estudiantes como la nuestra, no es la de mujeres que cuentan con un cómodo espacio para estudiar, con una computadora con una excelente conexión a internet y pueden estar produciendo lo máximo posible para aprovechar “el tiempo muerto”. No sólo no cuentan con una computadora, en la mayoría de los casos, sino que cuando cuentan con ese dispositivo privilegiado deben compartirlo con el resto de las personas que conviven en el hogar, además de aprovechar los datos, que no son muchos y se acaban rápido. No nos olvidemos que a la vez cuidan de sus hijes y paran la olla.
Es conocida la feminización de la matrícula de la Carrera de Trabajo Social: estas mujeres estudiantes, trabajadoras, madres, cuidadoras y en muchos casos militantes se encuentran frente al desafío de sobrevivir a un tiempo de sobreexigencias en un contexto en el que las desigualdades materiales marcan la diferencia.
¿Pero entonces la virtualización no tiene sentido en este contexto? Las universidades del conurbano tienen una función social que no tienen otras universidades tradicionales o de “elite”. Nuestras universidades, y la nuestra en particular, tiene la función de conectarnos, de construir con otres, de aguantar juntes, de trabajar colectivamente en los territorios, de intervenir cuando el otre lo necesita, de armar redes, de contener, de sabernos juntes. Y en esa tarea el rol docente y el rol de la universidad se vuelven fundamental, poniendo el cuerpo a veces y la computadora otras. Pero siempre el tiempo y el compromiso.
Parece interesante pensar la virtualidad como un desafío que deja latente la cuestión de la autonomía y del trabajo individual, frente al trabajo colectivo. El desafío de construir procesos pedagógicos que tornen autónomas a nuestras estudiantes, que puedan reconocer y evaluar sus propios procesos educativos, identificando además cuándo pedir ayuda, se vuelve fundamental.
Ser conscientes de las nuevas reglas que se imponen en este juego, empatizar más que nunca con nuestras estudiantes, tener cuidado con no replicar las reglas de la presencialidad, en este nuevo contexto, serán las claves, no para triunfar, pero sí para lograr algo no menos importante en este contexto de pandemia: mantener la humanidad que caracteriza nuestras prácticas y que permite en definitiva obtener calidad educativa. Frente al aislamiento al que la pandemia nos obliga proponemos repensar prioridades.
Pensar la virtualidad lejos de estándares usuales, de logros, de objetivos usuales, porque este no es un contexto corriente. En lugar de preocuparnos en demasía por conservar las paredes institucionales, jerarquías, procesos, métodos, etc., que nos resultan familiares y con los que nos movemos con comodidad, este es un tiempo para la incomodidad y el aprendizaje.
El desafío es pensar la virtualidad en función de las vidas reales de nuestras estudiantes, flexibilizando tiempos contenidos, procesos. Diversificando estrategias y creando propuestas acordes o coherentes con el contexto que atravesamos y con las trayectorias diversas que nuestras estudiantes presentan. Esperando que de este modo puedan cumplir de la mejor manera la multifuncionalidad y la sobre exigencia que la situación de cuarentena exacerba en sus biografías y que puedan de una manera autónoma, manejando sus tiempos por ellas mismas, estudiar y reflexionar sobre las propuestas teóricas que se les presentan. Fortalecer la idea de la autonomía permite flexibilizar el dispositivo que se propone para que las clases continúen y pensarlas en un marco de inclusión. De esta manera, se pone el desafío en la reflexión e interpretación de cada una de ellas. En detrimento de exigir las mismas reglas de una presencialidad como si la virtualización de las materias viniera a reemplazar las clases presenciales. Es imprescindible pensarlas como instancias distintas en un contexto difícil, pero que nos mantiene conectades y pensando juntes a la distancia. Seguiremos entonces reflexionando para crear mecanismos más inclusivos que potencien la autonomía y que sostengan a les estudiantes en las aulas virtuales y reales.
Asumir los desafíos que nos presenta la pandemia seguramente implique ciertos costos, así como nos demanda tomar decisiones por una opción pedagógico- política frente a otras. Elegimos hacer de la carrera en este contexto un espacio de contención que garantice el derecho a la educación, sin reemplazar la humanidad por lógicas burocráticas descontextualizadas que la condenen. Procurando que nuestras estudiantes transiten este recorrido de una manera coherente con sus realidades y con el compromiso que las caracteriza.