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Por Federico Aranda. Politólogo (UBA). Investigador del Programa de Gobierno, Políticas Públicas y Transformación Social (PIGOPP) de la UNAJ.
En un tiempo ya lejano, allá por el mes de abril del 2020, nuestras sociedades se enfrentaban a lo que se advertía como uno de los desafíos mas importantes del último siglo. Escenas dantescas reproducidas reiteradamente por cada pantalla a nuestro alcance nos convertían en espectadores privilegiados de un cambio de época. Los análisis se superponían y las predicciones se multiplicaban, arrojando una variada oferta de disímiles escenarios que la pandemia iba a dejar tras su paso.
Frente a quienes no podían evitar teñir sus lecturas con un envidiable optimismo, otros advertían sobre las contradicciones de esperar que de una situación caracterizada por el aislamiento, el miedo y el deterioro económico, nacieran renovados vínculos de solidaridad, que nos unieran como sociedad, que nos obligaran a revalorizar el rol de lo público, que fortalecieran la idea de que “acá nadie se salva solo”.
Pero las esperanzas duraron menos que los aplausos y el himno nacional cantado desde el balcón. A esta altura ya contamos con elementos suficientes para que cada quien realice su balance preliminar. Por lo pronto, aquí sostendré la idea de que la principal enseñanza que nos deja la pandemia es que la densidad de los problemas sociales de nuestro tiempo está lejos de poder ser modificada exclusivamente por un golpe del destino. Por el contrario, si no hay una verdadera una voluntad política de articular las demandas sociales de cambio, las tendencias no se revierten, se aceleran, y los conflictos no se resuelven, se profundizan.
El caso que mejor expone este drama a escala global –y especialmente en los países de nuestra región– es el fenómeno de la desigualdad.
La desigualdad con la que convivimos es, simplemente, escandalosa.
Cifras que alarman
Las estadísticas muestran que mientras que el esfuerzo de los gobiernos y organismos internacionales ha sido exitoso en la reducción de la pobreza extrema (1), durante las ultimas décadas los ingresos en manos de los dueños del capital han aumentado a un ritmo superior al del crecimiento económico de nuestras sociedades (2). Si en algún sentido vamos ganando en la lucha contra la pobreza, la batalla contra la desigualdad arroja resultados desastrosos. Claro, si es que suponemos que estamos dando esa batalla.
En la actualidad el 1% más rico de la población mundial posee más riqueza que el 99% restante (3) y el proceso de concentración marcha viento en popa.
La cantidad de milmillonarios (personas que tienen más de mil millones de dólares estadounidenses de patrimonio neto) se duplicó en la ultima década. Según la Revista Forbes en el año 2016 existían en el mundo 1.810 milmillonarios. En 2020, este selecto grupo se elevó a 2.153 miembros. En total estas personas poseen más riqueza que el 60% de la población mundial (4).
Entre 1988 y 2011, el ingreso del 10% más pobre de la población mundial aumentó cerca de 3 dólares al año, lo que por supuesto significó sacar a millones de personas de la pobreza extrema. Sin embargo, el ingreso del 1% más rico se incrementó 182 veces más (5).
Nuestra región, la más desigual del mundo, replica estas tendencias de forma alarmante. En América Latina y el Caribe el 20% de la población concentra el 83% de la riqueza. Desde el año 2000, el número de milmillonarios pasó de 27 a 104 (6).
La crisis es oportunidad, dice el proverbio. En América Latina esto vale más para unos pocos que para la gran mayoría: como efecto de la pandemia la CEPAL calcula que 52 millones de personas se convertirán en pobres y 40 millones perderán sus empleos (7). La contracara es que, según la Oxfam, desde comienzo de la crisis de COVID-19 hay en nuestra región 8 nuevos milmillonarios (el informe es de julio, es decir, en su momento la tendencia era un nuevo milmillonario cada dos semanas) (8).
¿Qué hacer y por qué?
El PBI mundial se ha incrementado notablemente desde mediados del siglo XX (9). Sin embargo, el derrame nunca llegó en la forma en que nos lo habían pronosticado. Lo que queda en la copa siempre es más que lo que gotea y la tendencia muestra que los multimillonarios están más preocupados por agrandar el recipiente que por distribuir su contenido a medida que este aumenta.
Lo que sí se derraman en abundancia son los efectos negativos que estos niveles de desigualdad económica tienen sobre diversas esferas de la vida en comunidad. Para los fines de este artículo sería imposible siquiera comentar brevemente algunos de los más notables, en aspectos tan diversos como las cuestiones de género, educativas, ambientales, seguridad ciudadana, violencia, acceso a la justicia, etc.
Me limitaré a señalar algo que puede resultar tan obvio como fundamental: los niveles de desigualdad actuales se vuelven incompatibles con la democracia. Y en este punto no estoy refiriéndome a la democracia en un sentido amplio o sustancial, sino en términos meramente formales.
Es decir, la democracia entendida estrictamente como un conjunto de reglas procedimentales, que establecen quiénes acceden al poder y mediante qué mecanismos lo ejercen (10), exige la presencia de requisitos mínimos –relacionados con la libertad de expresión, de asociación, con el acceso a la información, con el derecho de participación, la competencia de propuestas alternativas, la posibilidad de control de los actos de gobierno, entre otros– que desaparecen en un contexto marcado por la abrumadora desigualdad económica de los integrantes de una comunidad. No estoy diciendo con esto que no vamos a vivir en una verdadera democracia hasta tener niveles aceptables de justicia social, argumento políticamente correcto que difícilmente sea rechazado por la amplia mayoría de nuestra dirigencia política. Estoy diciendo que una sociedad donde una minoría acumula niveles de riqueza y poder obscenos frente a una mayoría que se debate entre la pobreza y la indigencia, ni siquiera puede cumplir verdaderamente con los requisitos formales que exige la democracia liberal.
Pero entonces, ¿qué hacemos frente a esto? Los esfuerzos que realizan algunos gobiernos por revertir las tendencias mencionadas anteriormente y las propuestas de los principales movimientos políticos de nuestra región se han mostrado insuficientes frente a la magnitud de un fenómeno que supera a los Estados. Y a este ritmo, todo indica que los niveles de concentración económica volverán dicha tarea cada vez más titánica (11).
Ante semejante escenario debemos innovar, tanto en términos institucionales como en términos discursivos.
En el primer sentido, desde el Estado, se debe avanzar en políticas que permitan garantizar un piso mínimo de derechos a la ciudadanía. Piso mínimo necesario no solo para acabar con el hambre y la pobreza sino para poder convertir individuos en ciudadanos y lograr que el goce efectivo de derechos civiles y sociales vuelva posible el ejercicio verdadero de derechos políticos. En este sentido, la discusión ya no debería girar en torno a la necesidad de existencia o no de una renta básica universal sino sobre la forma en la que esta puede ser financiada: los niveles de desigualdad señalados orientan la solución.
Al mismo tiempo, frente a la debilidad de los gobiernos en el marco del capitalismo globalizado otra respuesta institucional debe ser fortalecer la esfera de lo local, probablemente el único ámbito en la actualidad desde donde pueden reconstruirse espacios para la experiencia democrática compartida (12).
En segundo término, desde la política, es momento de renovar ideas, de actualizar utopías. Y esto es necesario principalmente por dos motivos. El primero de ellos se relaciona con Joseph Overton (1960-2003) y su teoría sobre los diferentes rangos de discusión de ideas en la opinión pública, conocida como “la ventana de Overton”. Según este análisis, diferentes temas pueden ser considerados por una comunidad dentro de una escala que va de lo impensable a lo políticamente viable. En este sentido, para volver razonable algo que hoy parece radical solo es necesario mover el límite de lo radical, incorporando a la discusión ideas que hoy parezcan impensadas o extremas (por ejemplo, la legitimidad las herencias). Si observamos un momento esta práctica de “correr el límite” viene siendo planteado con enorme éxito por fuerzas políticas conservadoras o de derecha, dejando en posiciones moderadas argumentos que hasta hace algunos años no hubieran sido seriamente considerados.
Por último, es necesario fijar un horizonte que claramente se nutra de nuestro mejor pasado, que reivindique nuestras conquistas y logros como comunidad, pero que proponga otros mundos posibles a partir de los cuales articular una nueva mayoría. Una mayoría ya existente y a la espera de un relato que la convoque a reconocerse como tal.
Referencias
- En solo 15 años la pobreza extrema se ha reducido a la mitad. Ver: https://www.oxfam.org/es/actua/campanas/combatamos-la-desigualdad-acabemos-con-la-pobreza
- Piketty, T. (2014). El capital en el S.XXI. Bogotá: FCE.
- Ver: Credit Suisse (2016) “Global Wealth Databook 2016”. Disponible en: http://publications.credit- suisse.com/tasks/render/file/index.cfm?fileid=AD6F2B43-B17B-345E-E20A1A254A3E24A5
- La desigualdad es importante incluso dentro del propio grupo de los milmillonarios. De ellos solo 8 personas (todos varones) poseen la misma riqueza que la mitad de la humanidad, o sea, que 3.600 millones de personas. Si, solo 8 individuos tienen en sus manos más dinero que si se reúne toda la población de África, América, Europa y Oceanía. Ver: https://www.oxfam.org/es/notas-prensa/los-milmillonarios-del-mundo-poseen-mas-riqueza-que-4600-millones-de-personas
- D. Hardoon, S. Ayele y R. Fuentes-Nieva (2016) “Una economía al servicio del 1%”. Oxford: Oxfam.
- Lawson, M, Parvez Butt, A. y otros (2020). Tiempo para el cuidado. El trabajo de cuidados y la crisis global de desigualdad. Oxfam Internacional. Disponible en: https://www.oxfam.org/es/informes/tiempo-para-el-cuidado.
- CEPAL. (12 de mayo de 2020). El desafío social en tiempos del COVID-19. Informe Especial COVID-19. Disponible en:https://www.wider.unu.edu/sites/default/files/Publications/Working-paper/PDF/wp2020-77.pdf
- Ruiz, S. (2020) ¿Quién paga la cuenta? Gravar la riqueza para enfrentar la crisis de la COVID-19 en América Latina y el Caribe. Oxfam Internacional.
- Consultar: https://datos.bancomundial.org/
- Bobbio, N. (1986) El futuro de la democracia. México: FCE.
- En la actualidad las corporaciones son más grandes que en cualquier otro momento de la historia. En términos de facturación 69 de las 100 mayores entidades del mundo son empresas, no Estados. Las 10 corporaciones más grandes del mundo (una lista que incluye a Walmart, Shell, Exxon, Apple) superan con su facturación a los ingresos públicos de 180 países en conjunto. Ver: Global Justice.(2016). Citado en: Hardoon, D. (2017) Una economía para el 99%. Es hora de construir una economía más humana y justa al servicio de las personas. Oxfam Internacional. Informe disponible directamente en: http://www.globaljustice.org.uk/sites/default/files/files/resources/corporations_vs_governments_final.pdf
- Ver Sandel, M. (2020) La tiranía del mérito ¿Que ha sido del bien común?. Barcelona: Debate.
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