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Por Julio Eduardo Ney Fajardo. Abogado por el Tecnológico de Monterrey e internacionalista (in fieri) por la UNAM. Coordinador del Think Tank & Advocacy Group de la Federación Internacional de la Juventud (IYF por sus siglas en inglés). Adjunto de la Dirección de Contraloría Social e Innovación de la Secretaría de Igualdad Sustantiva del Gobierno del Estado de Jalisco, México.

Disonancias: la desigualdad intergeneracional y sus efectos estructurales

La manera en la que entendemos la desigualdad ha evolucionado mucho en los últimos años, enfatizando en la necesidad de ver que las estructuras que las originan son complejas, por lo que requieren un análisis a nivel macro o desde una perspectiva multifactorial. Esto ha permitido que comprendamos que las dinámicas inequitativas pueden ser replicadas en tiempo y espacio más allá de cómo pudiera percibirlo una persona o una comunidad en individual; es decir, las desigualdades entre países o analizadas a través del tiempo son cada vez más nítidas gracias a la capacidad de intercambio de información o a la capacidad de registro de la misma que se dio origen con la revolución de la información.

Es así que, luego de entrever todas las dinámicas desiguales de cualquier sociedad (socioeconómicas, raciales, de género, etc.) y la manera en que se perpetúan transversalmente a lo largo del tiempo, es posible notar también que éstas son muy marcadas de una generación a otra. No es necesario hacer una gran regresión histórica, simplemente de una comparación casi intuitiva de quienes nacieron entre 1950 y 1980 frente a quienes nacieron a finales de la década de los ochentas a principios de los 2000, se puede ver que hay una marcada diferencia intersectorial aunada a la autoridad de facto que tienen generaciones mayores, la cual es ejercida de manera vertical y descendente. Muy posiblemente esto sea producto de la herencia de otras generaciones (lo cual requeriría un análisis mucho más exhaustivo), provocando que las actitudes y concepciones de una generación que fue desigual con la siguiente, pasen estos mismos patrones a la que les seguiría, mas lo importante está en que no solamente estas dinámicas se mantienen, sino que también son ejercidas al mismo tiempo por medio de la autoridad de una generación frente a la que le sigue.

Cabe destacar que en la actualidad podemos percibir una fuerte coyuntura intergeneracional que no solamente ha derivado en la ruptura y renuncia de esos patrones por las generaciones más jóvenes, sino que existe una pugna real y profunda por modificar esas mismas estructuras desiguales. Esto ha llevado a fricciones entre dos generaciones que parecen destinadas a no entenderse casi como si hablaran dos idiomas distintos, y que en realidad es mucho más complejo pues se trata de dos generaciones que hablan desde dos concepciones de la realidad distintas y con valores que se excluyen mutuamente. Esta diferencia casi inconciliable deriva en que se acentúe la desigualdad de una generación frente a la otra, siendo la generación mayor dominante.

Tomemos como ejemplo la incorporación de la juventud al mercado laboral y cómo se percibe en países en vías de desarrollo, como lo es México, siendo el caso que a priori pudiera analizar, pero que estoy casi seguro que generará resonancia en cualquier otro país en vías de desarrollo y con características demográficas similares, que es el caso de prácticamente toda América Latina. La generación X (comprendida de quienes nacieron entre 1965 y 1980) se ha caracterizado por una cultura laboral que pone valor en el trabajo individual, donde la competitividad es el factor determinante en el éxito de una sociedad post-industrial y predominantemente neoliberal originada después de la Guerra Fría, por lo que la capacidad de subir en el escalafón social depende de los atributos unitarios que tiene alguien de producir, poniendo en el centro el trabajo “dignificante” y estable (hay que darlo todo por el trabajo que el trabajo lo da todo) que permitirá acceder a la bonanza que es la máxima aspiración.

Por otra parte, la generación Y (o millennials) parten de una idea extrapolarizada del trabajo, poniendo el valor a atributos que chocan con la cultura laboral de la generación que les precede. Se caracterizar por valorar más la comunidad o la pertenencia colectiva por encima del rigor institucional o la competitividad rapaz y casi darwiniana de la que la generación X es característica, por lo que el trabajo es algo accesorio a su vida privada y desarrollo personal, y no al revés. La creatividad, flexibilidad y disposición libre de una gestión propia se ha vuelto a su vez el valor intrínseco más preciado al momento de buscar en dónde trabajar, y si la remuneración económica no es suficiente, esto pasa a segundo plano si hay satisfacción personal y realización de por medio. La gran disyuntiva surge en el punto de encuentro donde la generación dominante (la X) es quien determina el mercado laboral con condicionantes que afectan la posibilidad de la generación dominada (la Y) de poder integrarse a la sociedad económicamente activa, pues aquello que es apreciado por una generación o lo es para la otra y viceversa.

Estas condicionantes apelan a limitaciones que de primera mano pudieran parecen superficiales, pero que en realidad son resultado de estructuras desiguales que se perpetúan, cumpliendo las dos funciones que se mencionaban anteriormente: alienar a las personas más jóvenes por las mayores a costa de otro tipo de condición alienante. Por ejemplo, en México es común que existan condicionantes de contratación como el poseer un automóvil propio, restringir el género de quién se espera contratar, o limitarlo a años de experiencia y credenciales académicas que son absurdamente incompatibles con la edad de quienes pudieran aspirar a esos puestos. Y estas condicionantes son producto de la repetición porque es muy probable que quienes están en esos puestos directivos se integraron al mundo laboral luego de haber superado esas condiciones que alguna vez impuso otra generación dominante. La movilidad dentro de las urbes, la igualdad de trabajo o de ingreso siendo mujer o parte de la diversidad sexual, o la capacidad de adquirir experiencia a la vez que se está académicamente activo es algo de lo que en realidad no todas las personas jóvenes pueden alcanzar, por lo que es una trampa pensar que se está partiendo de un “piso parejo” para poder ser un caso de movilidad social, más cuando esta pretensión es impuesta por el sesgo de una generación dominante sobre la otra.

Sin embargo, estas dinámicas están sujetas también a las manifestaciones culturales y pueden ser muy particulares en cada país. En Japón, por ejemplo, actualmente la mayoría de los jóvenes se han disociado terminantemente de lo que implica la pertenencia a una cultura fuertemente tradicional y con estrictas normas sociales, quizás no redefiniendo la cultura laboral, pero sí apostándole a una transformación mucho más profunda con una contracultura “nacional”, en respuesta a lo asfixiante que era para una juventud mucho más abierta el limitarse a la tradición.

En conclusión, si bien esto pudiera parecer inconciliable, existen espacios y formas en que gradualmente las generaciones más jóvenes podrán tomar un rol más reivindicativo y, por ende, igual al de sus predecesores, como son ejemplos los numerosos casos de personas jóvenes que ocupan espacios de liderazgo en gobiernos, compañías y organizaciones en un mundo donde el adultocentrismo” es preponderante. Esto es especialmente destacable porque existen atributos valiosos en cada generación, complementarios, que pudieran abonar la una realidad mucho más igualitaria, aún con todo el trabajo que hay de por medio. El filósofo francés Albert Camus alguna vez expresó que cada generación, sin duda, se cree destinada a rehacer el mundo: “la mía sabe, sin embargo, que no lo rehará. Pero su tarea acaso sea más grande. Consiste en impedir que el mundo se deshaga”. Este pensamiento parece perene, pues de una forma u otra cada generación ha mantenido la mínima cohesión necesaria, pero esta coyuntura es diferente pues es imposible que todo lo que conocemos prevalezca cuando está cimentado en desigualdades tan arraigadas, por lo que la coyuntura generacional actual es a la vez una oportunidad, quizá la última, de hacer las cosas mejor, sumando tanto desde la vitalidad como desde la experiencia.

Universidad Nacional Arturo Jauretche
Calchaquí 6200 (1888), Florencio Varela, Pcia. de Buenos Aires, Argentina
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ISSN 2545-7128

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