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Por Daniel Carceglia e Ivanio Dickmann
Si la Educación Popular es al mismo tiempo una concepción teórico-práctica / práctica-teórica y un modo de comprender la construcción del conocimiento, esa comprensión requiere necesariamente de pautas para revisar de manera periódica los objetivos de nuestra tarea educativa, adecuar y/o reelaborar los métodos y las técnicas de trabajo, y redefinir los criterios para planificar una nueva práctica transformadora. Esto quiere decir, construir un sistema permanente de evaluación que nos permita mirar nuestra propia práctica, adecuarla a las modificaciones del contexto, a los cambios en las necesidades de los sectores populares, a las prioridades estratégicas, a las nuevas capacidades que se habrán desarrollado en la marcha -entre tantas otras variables más-; y volver a la tarea.
El objetivo fundamental es adoptar siempre una actitud reflexiva y crítica sobre las propias prácticas para aprender de ellas, y volver sobre las mismas para mejorarlas. Esto requiere ser conscientes de la propia incompletitud de nuestra mirada y de una voluntad de crecimiento en la comprensión; pero también supone reconocer que existe una enorme pluralidad de saberes -a la que refieren Paulo Freire cuando afirma que “todos sabemos algo”; o Antonio Gramsci cuando dice que “todos los hombres son filósofos”- de la que debemos aprender en franco diálogo.
Este es el espíritu dialéctico en la concepción de educadores y educadoras populares: la tarea de pensar la relación práctica–teoría–práctica, que conforma uno de los puntos centrales en la Educación Popular.
Como una más de las herramientas que nos ayuden a visualizar y reflexionar nuestras prácticas, es que se presenta -en línea con la didáctica freireana y las dinámicas pedagógicas freireanas– la creación de un Mandala. La intención, a partir de esta figura, es ir logrando que el educador o la educadora se develen a sí mismos, se muestren y en ese mostrarse se puedan ver reflejados en una gráfica que transparente su práctica.
Usaremos, entonces, como base para comenzar a presentar el Mandala, esta diana en la que trabajaremos, inicialmente, sobre las 10 Pedagogías que abordamos en el artículo “Didáctica freireana: reinventando a Paulo Freire”.
En un primer momento el educador o la educadora deberán considerar críticamente qué “puntaje” le asignarían al modo en que han desarrollado y al resultado que han tenido en cada una de las 10 Pedagogías. Irá marcando entonces, con puntos -o con alfileres o tachuelas, en caso de que quiera hacer un mandala que puede ir cambiando con el tiempo- en el espacio correspondiente a ese valor.
A continuación, traza una línea -o va uniendo con hilo o lana, en caso de haber usado tachuelas o alfileres- ligando su puntuación, dando origen a su “gráfico de araña” sobre el Mandala de las 10 Pedagogías. Con el resultado del gráfico quedan evidentes los puntos fuertes y débiles en los el educador, la educadora, deberán profundizar teoría y práctica.
Nuestra sugerencia es utilizar esta dinámica del Mandala de las 10 pedagogías en tres momentos:
- el primero es el ejercicio que permite visualizar la figura, a partir de la cual el educador o la educadora inician un proceso de descubrimiento y un análisis sobre este descubrimiento;
- el segundo momento es el de estudio personal/grupal, enfocado en las debilidades y fortalezas. En este momento, si la evaluación es grupal, se pueden compartir las experiencias positivas –fortalezas– con los miembros del grupo, solidificando esos saberes y socializándolos; y además ocuparse de las necesidades de aprendizaje –debilidades-, aprovechando la división de los miembros del grupo para iniciar una jornada de superación en las “lagunas” que queden expuestas en el Mandala, en aquellos espacios en que la evaluación definió valores bajos;
- el tercer momento es el de la praxis individual: el educador, la educadora, se desafiarán a poner en práctica lo que estudiaron y aprendieron, consolidando sus saberes y nuevas prácticas, superando las debilidades y convirtiéndose en mejores educadores/as, más preparados/as para llevar adelante la didáctica freiriana.
Del mismo modo puede usarse la técnica del Mandala para evaluar nuestro uso de las dinámicas pedagógicas freireanas, y reflexionar en torno a su aplicación y resultados.
Con los mismos procedimientos, pero identificando en qué momento se llevó adelante la dinámica, y qué pedagogías se trabajó con ella, resulta muy visible el resultado de la evaluación. Del mismo modo que en la propuesta anterior, el uso y la reflexión sobre la práctica irán mejorando progresivamente nuestras propuestas.
Los educadores, las educadoras son quienes conducen dialogalmente el proceso de develamiento del mundo, eligiendo el mejor momento para preguntar o sistematizar, para acoger o agradecer, para dialogar o reflexionar. En fin, la didáctica freireana es un proceso inacabado, coherente con la perspectiva liberadora de Paulo Freire; pero que tiene comienzo, medio y fin.
Tiene una politicidad imbricada en cada momento y busca el develamiento del mundo y su transformación como meta final. Aquellos/as educadores y educadoras que no se repiensan, que no se aventuran a rehacer(se) en el andar, que no se desafían a dominar más habilidades interpersonales, tendrán menos oportunidades frente a los desafíos de la educación. Somos parte del proceso que nos presiona y nos modela, pero que al mismo tiempo presionamos y modelamos. Como dijo Paulo Freire, “… decir la palabra es hacer historia y por ella ser hecho y rehecho”. Al evaluarnos, al poder decirnos las palabras que tienen que ver con aquello que realizamos, hacemos la historia, y la historia nos rehace, dialécticamente.
Universidad Nacional Arturo Jauretche
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ISSN 2545-7128